¿Está Dios de vacaciones? por D. Martyn Lloyd-Jones



Tú, Señor, existes desde la eternidad!
    ¡Tú, mi santo Dios, eres inmortal!
Tú, Señor, los has puesto para hacer justicia;
    tú, mi Roca, los has puesto para ejecutar tu castigo.
13 Son tan puros tus ojos que no puedes ver el mal;
    no te es posible contemplar el sufrimiento.
¿Por qué entonces toleras a los traidores?
    ¿Por qué guardas silencio
    mientras los impíos se tragan a los justos? Habacuc 1:12-13

Habacuc 1:12–17 (especialmente versos 12 y 13) En estos versículos el pueblo se preguntaba por qué Dios permitía que el ejército caldeo actuara a su antojo y con resultados tan devastadores. ¿Era impotente ante el poder del enemigo? Hoy día, muchos se preguntan por qué Dios ha permitido que existan la «alta crítica» y otras influencias que debilitan y producen disturbios en la mente de muchos. ¿Por qué tolera estas situaciones? ¿Por qué no interviene? ¿Es porque no puede? ¿Por qué permite las guerras? 

Dios es eterno 
Después de mencionar la dificultad, el profeta dice: «¿No eres tú desde el principio?» (1.12). Él está estableciendo un principio. Por un momento olvida el problema inmediato, y se pregunta a sí mismo acerca de verdades relacionadas con Dios y de las cuales él estaba seguro. La primera fue: «¿No eres tú desde el principio?». Anteriormente había dicho que el ejército caldeo, inflado por su éxito, atribuiría su poder a su dios, y en el momento de expresar esto comenzó a pensar. Su dios. ¿Quién es su dios? Algo que ellos mismos habían hecho. Este Bel era de su propia manufactura (comp. Isaías 46). Al pensar en esto recordó algo de lo cual estaba seguro. Dios es el Dios eterno, el Dios que vive para siempre, desde la eternidad y hasta la eternidad. No es como los dioses que los hombres adoran. No es como el dios del orgulloso ejército caldeo. Él es Dios desde la eternidad, hasta la eternidad; el Dios eterno. A veces nos sentimos oprimidos por los problemas de la historia y preocupados por lo que va a ocurrir en el mundo. Sin embargo, no hay nada que traiga más consuelo al alma, o que afirme más nuestros pies que acordarnos que el Dios a quien adoramos está fuera del flujo de la historia. Él ha precedido a la historia y la ha creado. Su trono está por encima del mundo y fuera del tiempo. Él reina eternamente; es el Dios eterno. 

Dios existe de sí mismo 
Luego, agrega algo más. «¿No eres tú desde el principio, oh Jehová?» Utiliza el gran nombre «Jehová». Este nombre nos dice que Dios es auto-existente, el eterno YO SOY. Dios le dijo a Moisés: «Así dirás a los hijos de Israel: YO SOY me envió a vosotros» (Ex 3.14). El nombre «Yo soy el que soy» significa: «Yo soy el ser absoluto, el que existe de sí mismo». Aquí tenemos un segundo principio vital. Dios no depende en lo absoluto de los acontecimientos mundiales, sino que es auto-existente dentro de sí mismo. No sólo es independiente del mundo, sino que no hubiera tenido necesidad de crearlo sino fuera por su soberana voluntad. La grandiosa verdad relacionada con la Trinidad es que una vida eternamente auto-existente reside en la divinidad — Padre, Hijo y Espíritu Santo. Aquí nuevamente tenemos algo que nos inspira seguridad. Podemos estar seguros que Dios no depende de este mundo, sino que es auto-existente; él es Señor, él es Jehová, el gran YO SOY. Así el problema comienza a disiparse. 

Él es santo 
A continuación el profeta recuerda que otro atributo absoluto de Dios es la santidad. «¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío?» Está seguro de su eternidad, auto-existencia, y su independencia de todo otro factor o persona externa, también de que él es el «Santo», el absolutamente justo y santo, un «fuego consumidor». «Dios es luz y no hay ningunas tinieblas en él». Al considerar Escrituras como estas, de inmediato nos vemos impulsados a decir: «El juez de toda la tierra, ¿va a fallar una injusticia?» (Gn 18.25, B.J.). Tal posibilidad es inconcebible. 

Dios es todopoderoso 
Luego sigue otra proposición de Habacuc. Continúa diciendo: «Oh Jehová para juicio lo pusiste; y tú, oh Roca, lo fundaste para castigar» (1). De manera que enfatiza otra verdad de la cual está seguro: Dios es todopoderoso. El uso de la figura «roca» sugiere la idea de la fuerza y la potencia de Dios. El Dios que creó todo el mundo de la nada, el Dios que dijo: «Sea la luz» y hubo luz: este Dios tiene poder absoluto. Su fuerza es ilimitada. Él es «la Roca». 

Dios es fiel 
Hay aún una proposición más que el profeta hace respecto a Dios y que en muchos sentidos es la más importante de todas, dentro del contexto del problema que enfrenta. «¿No eres tú desde el principio, oh Jehová, Dios mío, Santo mío? No moriremos». Él recuerda que Dios es el Dios del pacto. Aunque es independiente y absoluto, eterno, todopoderoso, justo y santo, ha condescendido a hacer un pacto con los hombres. Hizo un pacto con Abraham, al cual el profeta se refiere aquí, y lo renovó con Isaac y Jacob. Lo volvió a renovar con David, y este pacto era el que le daba base a Israel para volverse a Dios y decir: «Dios mío, Santo mío». El profeta recuerda que Dios había dicho: «Yo seré vuestro Dios y vosotros seréis mi pueblo» (Lv 26.12). Para aquellos santos varones de Dios, los profetas, y todo el que tenía discernimiento espiritual en Israel, este factor tenía más relevancia que todos los demás. Si bien creían en los eternos atributos de Dios, podrían quedar congelados por el pensamiento que ese Dios estaba lejos en los cielos e indiferente a sus necesidades. Sin embargo, lo que los unía a él era el conocimiento de que era un Dios fiel que guardaba su pacto. Dios había comprometido su palabra y jamás dejaría de cumplirla. El profeta Habacuc, al pensar en el pacto, puede decir: «Dios mío, Santo mío», y añade: «No moriremos». No importa qué desastres realizará el ejército caldeo, jamás podría exterminar a Israel, precisamente porque Dios había hecho promesas a su pueblo que jamás dejaría de cumplir. 

Después de exponer sus proposiciones el profeta procede ahora a colocar su problema dentro del contexto de aquellos atributos absolutos y eternos. Esto es lo que dice: «Para juicio lo pusiste… le has establecido para la corrección» (comp. V.M.). Arriba a su respuesta respecto a los caldeos, razona de esta manera: Dios los debe estar levantando para el bien de Israel; de esto estoy absolutamente seguro. No es que los caldeos hayan tomado la justicia por su cuenta, ni que Dios sea incapaz de restringirlos. Esto es imposible en vista de las proposiciones que he considerado y que son absolutas. Dios sólo los está utilizando para su propio propósito. «Para juicio lo pusiste… le has establecido para corrección», y está llevando a cabo estos objetivos. No lo entiendo completamente, pero estoy bien seguro de que no seremos exterminados. Este no será el fin de la historia de Israel si bien por la descripción hecha, muy pocos de nosotros quedaremos y seremos llevados en cautiverio. Sin embargo, quedará un remanente, pues el Todopoderoso es aún Dios, y está utilizando a los caldeos para hacer algo que contribuye al propósito del pacto. Dios no está demostrando debilidad, no está siendo derrotado. En virtud de lo que Dios es, está haciendo esto para su propio y gran objetivo. 

Cómo reconciliar la santidad de Dios con su instrumento de juicio 
Abordemos ahora el segundo problema. Si Dios es todopoderoso, y está en pleno control de los acontecimientos, ¿cómo podemos reconciliar estos eventos con la santidad de su carácter? Si reconocemos el poder de Dios y admitimos que los caldeos no son más que instrumentos en sus manos y que sus éxitos no se deben a su dios, todavía nos resta preguntar: ¿Cómo puede un Dios santo, permitir que estas circunstancias ocurran? Habacuc vuelve a aplicar el mismo método que utilizó anteriormente. 

Un Dios santo odia el pecado y no puede cometer maldad 
Comienza diciendo: «Muy limpio eres de ojos para ver el mal, ni puedes ver el agravio» (1.13) (2). Puedo dudar sobre muchas cosas, pero estoy seguro que Dios no puede ver el mal sin odiarlo. Lo detesta. Todo el mal que existe en el mundo, le es completamente aborrecible debido a su pureza. Sus ojos son demasiado puros para mirar la maldad en forma complaciente. Dios y el mal son eternos enemigos. Cualquier acto injusto o cruel no tiene cabida en el carácter de Dios. No existe la más mínima posibilidad de hallar injusticia en Dios. Él no tienta al hombre, ni tampoco puede ser tentado con el mal. «Dios es luz, y no hay ningunas tinieblas en él» (1 Jn 1.5). Después de afirmar esta verdad, se torna de inmediato hacia la dificultad que lo aqueja. Si esto es verdad, oh Dios, dice él, «¿por qué ves a esos menospreciadores y callas cuando destruye el impío al más justo que él?» ¿Cómo podía Dios permitir que los caldeos hicieran esto a su propio pueblo? Los compatriotas de Habacuc eran sin duda, malos pero los caldeos eran peores. En términos contemporáneos diríamos: Reconozco que la Iglesia ha estado en decadencia por muchos años, pero los comunistas son ateos. ¿Cómo puede Dios permitir las situaciones que están ocurriendo? O si deseamos aplicarlo a lo personal, los hombres con frecuencia protestan de esta manera: Reconozco que no soy todo lo que debiera ser, pero fulano es mucho peor que yo, y sin embargo está prosperando. ¿Cuál es la respuesta? 

Encomiendo este problema insoluble a Dios 
En este párrafo particular de la profecía, no hay una respuesta. Para la primer pregunta respecto al poder de Dios, Habacuc recibió una respuesta positiva, pero este problema de la santidad de Dios es más difícil. Después de establecer sus factores absolutos, y de llevar el problema a este contexto, todavía no aparece una respuesta clara. En nuestra experiencia esto ocurre con frecuencia. Aplicamos el mismo método que en otros casos funcionó tan bien y sin embargo no logramos la respuesta. ¿Qué debemos hacer en tal caso? Por supuesto que no debemos llegar a una conclusión apresurada y decir: «Como no lo entiendo, me pregunto si Dios es realmente justo». ¡No! Si aun después de aplicar el método divino de acercamiento al problema no lo entendemos, resta todavía la alternativa de hablarle a Dios acerca del mismo. Nos equivocamos cuando nos hablamos a nosotros mismos y luego a otras personas y preguntamos: ¿Por qué esto? ¿No es extraño? Debemos hacer lo que hizo el profeta: Llevarle el problema a Dios y dejarlo con él. 

El ejemplo del Hijo de Dios 
Un creyente puede quedar en esta situación por semanas, meses, o aun años. Con frecuencia ha ocurrido. No obstante, el problema debe ser dejado con el Señor. Este no sólo fue el método profético, sino que también el Hijo de Dios lo adoptó cuando estuvo en el mundo. Su problema era el ser «hecho pecado» para lograr la salvación del hombre. Él sabía que su Padre podría haberlo librado de las manos, no sólo de los judíos sino también de los romanos. Podría haber enviado doce legiones de ángeles para librarlo. Sin embargo, si él había de ser «hecho pecado» y el pecado debía ser castigado en su cuerpo, significaba que inevitablemente debía ser separado del Padre. Este era el problema y el Hijo de Dios debió enfrentar en el mismo, la mayor perplejidad de su vida humana sobre la tierra. Si había alguna cosa de la cual él se retraía, era el ser separado del Padre. ¿Qué fue lo que hizo? Exactamente lo mismo que Habacuc. Oró y dijo: «Padre mío, si es posible, pase de mí esta copa; pero no sea como yo quiero, sino como tú» (Mt 26.39). En efecto dijo: No lo entiendo, pero si así lo has determinado, yo estoy dispuesto. Llevó el problema que no podía comprender, a Dios, y allí lo dejó. Podemos decir con reverencia que el Señor Jesús, aunque quizás no comprendía plenamente el haber sido hecho hombre. Sin embargo siguió hacia adelante, confiando que la voluntad de Dios es siempre recta y que un Dios santo jamás mandará hacer algo que está mal. 

Tomado y adaptado del libro Del temor a la fe, D. Martyn Lloyd-Jones, Editorial Desarrollo Cristiano- Hebrón. 




Sobre el autor: 
David Martyn Lloyd-Jones (20 de diciembre de 1899 - 1 de marzo de 1981) fue un médico, pastor protestante y predicador galés que influyó en la época de reformación del movimiento evangélico británico en el siglo XX.
Durante casi 30 años, fue ministro de la Capilla de Westminster en Londres. Lloyd-Jones se opuso firmemente al cristianismo liberal que se había extendido en gran parte de muchas denominaciones cristianas, y lo consideraba aberrante. No estaba de acuerdo con el enfoque de la iglesia amplia y animó a los cristianos evangélicos (sobre todo anglicanos) a abandonar sus denominaciones existentes, pues creía que la verdadera comunión cristiana sólo es posible entre aquellos que comparten convicciones comunes acerca de la naturaleza de la fe. 


 
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