El hombrecito de la calle de George

Merece la pena! 

Y su señor le dijo: Bien, buen siervo y fiel; sobre poco has sido fiel, sobre mucho te pondré: entra en el gozo de tu señor. (Mt 25:21) 
Muchas personas que reparten tratados y folletos se preguntan si merece la pena su actividad misionera; muchas veces se desaniman al no ver ningún fruto de su trabajo. 
El siguiente testimonio animará a todos los que tienen en su corazón la distribución de literatura evangelística.
 
El hombrecito de la calle de George 

 ¿Se ha preguntado Usted lo que puede originar el reparto de tratados? El siguiente testimonio del pastor Dave Smethurst (Londres) presenta una respuesta admirable. 

La historia que les voy a contar es muy extraordinaria. 
Todo comenzó hace algunos años en una iglesia bautista al sur de Londres. Ya habíamos terminado el culto del domingo, cuando un hombre se levantó de un banco de atrás y levantó la mano preguntando: "Perdone, Señor pastor, me permite dar un breve testimonio?" Yo miré mi reloj y se lo permití, bajo la condición de que no pasara de tres minutos. Entonces el hombre comenzó en seguida con su historia: 

"Hace poco tiempo que vivo en Londres. Antes vivía en Sídney, Australia. Hace algunos meses visité a unos parientes y me fui a dar un paseo en la calle  George. Esta calle va desde el centro comercial de Sídney hasta los barrios residenciales llamados Rock. Un hombre pequeño, algo raro, y con el pelo blanco, a la puerta de una tienda me dio un tratado preguntándome: 'Perdone, caballero, ¿es usted salvo? Irá usted al cielo, si muere esta noche?' Me quedé muy asombrado ante estas palabras, porque nadie antes me había preguntado semejante cosa. Le di las gracias amablemente, pero durante mi largo viaje de regreso a Londres, todo eso me dejó muy confuso. A raíz de eso, busqué un amigo mío que, gracias a Dios, es creyente, y él me llevó a Cristo". 

La congregación se alegró muchísimo al oír este testimonio, porque a los bautistas les gustan esta clase de historias, y le recibieron cordialmente en su asamblea. 

Una semana después hice un viaje a Adelaida, en el sur de Australia. Después de una conferencia que di en una iglesia bautista, vino a mí una mujer buscando mi consejo para varios asuntos. Primero la pregunté acerca de su relación con Cristo. 

Me respondió de esta manera: 

"Hace tiempo yo viví en Sídney y unos meses atrás fui de nuevo allí a visitar unos amigos. En la calle George hice algunas compras, cuando un hombre pequeño, con canas y un poco raro, se me acercó en la puerta de una tienda ofreciéndome un tratado con estas palabras: 'Perdone, se ora, ¿es usted salva? ¿Irá usted al cielo, si muere esta noche?' Estas palabras me inquietaron. De vuelta a Adelaida, donde yo sabía que había una iglesia bautista cerca, fui al pastor de la misma. Después de una conversación me guió a Cristo. De modo que ahora puedo decirle que soy creyente." 

Me quedé muy maravillado. En el lapso de sólo dos semanas y en lugares tan distantes, había escuchado el mismo testimonio dos veces.
Después viajé a Perth, al oeste de Australia, a predicar en la iglesia de Mount Pleasant. Cuando terminé mis conferencias, un anciano de la iglesia me invitó a comer. Entonces le pregunté, cómo conoció al Señor. Me contó lo siguiente: 

"Con 15 años llegué a esta iglesia, pero sin tener una relación genuina con Jesucristo. Simplemente participaba y hacía lo que hacían los demás. Por mis capacidades comerciales y mis éxitos aumentó mi influencia en la iglesia. Hace tres años tuve que ir a Sídney en viaje de  negocios. Un pequeño hombre, yo diría que repugnante y con una expresión poco afable, a la puerta de una tienda, me dio un folleto religioso - porquería barata - planteándome la siguiente pregunta: 'Perdone usted, caballero, es usted salvo ¿Irá usted al cielo, si muere esta noche?'. Intenté explicarle que soy anciano de una iglesia bautista. Pero no me quiso escuchar. Todo el camino de Sídney a Perth me hervía la sangre de rabia. Pensando que mi pastor comprendería mi furia, le conté este extra o suceso. Pero no estaba de acuerdo conmigo. Ya hace a os me había inquietado expresando su duda, si yo verdaderamente conocía con Jesucristo, y tenía razón. De modo que hace tres a os mi pastor me condujo a Cristo." 

Perdone usted, caballero, es usted salvo ¿Irá usted al cielo, si muere esta noche?

Volví a Londres, y poco después prediqué en la conferencia de Keswick en Lake-District. Allí conté de estos tres extraños testimonios. Al final de la reunión, vinieron a mí cuatro pastores mayores y me contaron que ellos también hace 25 y 30 años se convirtieron por la misma pregunta y un tratado entregado en la calle George, de Sídney. 

La semana siguiente viajé al Caribe, a una reunión parecida a la de Keswick, para compartir la Palabra con misioneros de allí. Allí también narré los mismos testimonios. Al final de mi conferencia vinieron a mí tres misioneros y me explicaron que ellos también se habían convertido hace 15 y 25 años por el testimonio y la misma pregunta de aquel hombrecillo de la calle George, en Sídney. 

Mi siguiente viaje me llevó a Atlanta, Georgia (EE.UU.). Allí tuve que hablar en una reunión de capellanes navales. Tres días di conferencias ante unos mil capellanes. Al final me invitó a comer uno de los principales. En esa ocasión le pregunté cómo había conocido el evangelio. 

"Fue un milagro. Yo era marinero en un buque de guerra y llevaba una vida abominable. Durante unos simulacros de combates navales en el océano pacífico, hicimos escala en el puerto de Sídney, para renovar nuestras provisiones. Nos dimos totalmente al desenfreno. Yo estaba completamente borracho y me metí en el autobús equivocado. Me apeé en la calle de George. En ese momento creí ver un fantasma, cuando un hombre apareció delante de mí entregándome un tratado y diciendo: 'Marinero, ¿eres salvo? ¿Irás al cielo si mueres esta noche?' Al instante se apoderó de mí el temor de Dios. Mi mente quedó completamente despejada y lúcida. Corrí al barco y fui al capellán. Él me condujo a Cristo. Pronto después con su ayuda comencé a prepararme para el ministerio. Ahora soy responsable de más de 1000 capellanes navales que buscan ganar almas."


Seis meses después viajé a una conferencia al noreste de India a la que habían acudido 5000 misioneros de la India. El dirigente de la misión me invitó a una sencilla comida en su humilde casa. A él también le pregunté cómo había encontrado a Cristo, habiendo sido antes hindú. 

"Me crie en una posición muy privilegiada. Por mandato de la representación diplomática de la India viajé por todo el mundo. Estoy muy agradecido que Dios me ha perdonado y que ha lavado mis pecados por la sangre de Cristo. Tendría que avergonzarme mucho, si saliera a la luz todo el mal que he hecho. Por cierto tiempo, mi trabajo diplomático me llevó a Sídney. Hice algunas compras e iba cargado de juguetes y ropa para mis hijos, bajando por la calle de George, cuando un hombrecillo anciano y amable se puso delante de mí ofreciéndome un tratado y haciéndome una pregunta personal: 'Perdone usted, caballero, ¿es usted salvo? ¿Irá al cielo si muere esta misma noche?' - Le di muchas gracias, pero estas palabras no me dejaron tranquilo. De vuelta a mi patria fui a nuestro sacerdote hindú. No me pudo ayudar, pero me aconsejó ir a la casa de un misionero al final de la calle; éste podría satisfacer mi ansiedad. Eso fue un buen consejo, porque ese mismo día el misionero me condujo a Cristo. Inmediatamente dejé el hinduismo y comencé a prepararme para la obra. Dejé el servicio diplomático, y ahora por la gracia de Dios tengo la responsabilidad de atender todos estos misioneros que todos juntos ya han guiado a Cristo a más de 100.000 personas." 

Ocho meses después prediqué en Sídney. Allí pregunté al pastor bautista, si conocía a un anciano que repartía tratados en la calle George. Me contestó: "Sí, le conozco, su nombre es Frank Jenner pero no creo que pueda hacer todavía ese trabajo, porque ya es muy mayor y frágil." Dos días  después fuimos a visitarle en su pequeña vivienda. Llamamos a la puerta y un hombre mayor muy pequeño y delicado nos saludó e invitó a sentarnos y tomar un té. Estaba tan delicado y tembloroso que mucho del té caía en el plato y no en la taza. Le conté de todos los testimonios que yo había oído en los últimos tres años. Al hombre se le caían las lágrimas y comenzó a contarnos su propia historia: 

"Yo era marinero en un buque de guerra australiano. La vida que yo llevaba era despreciable. En una crisis sufrí un colapso. Uno de mis colegas, a quien yo había tratado muy malamente, no me abandonó y me ayudó a recuperarme. Me condujo a Cristo, y mi vida cambió por completo de un día a otro. Estaba tan agradecido a Dios que le prometí dar al día al menos a diez personas un sencillo testimonio de Jesucristo. Cuando Dios me dio de nuevo fuerzas comencé a hacerlo. A veces estaba enfermo y no podía hacer este trabajo, pero siempre lo recuperaba, cuando me encontraba bien otra vez. Después de mi jubilación, mi lugar habitual era la calle George, donde me encontraba cada día con cientos de personas. Aunque experimenté mucho rechazo, también hubo muchas personas que aceptaron amablemente mis tratados. En los cuarenta años que he hecho esto, no he oído de ni una sola persona que se hubiera convertido a Cristo por este testimonio mío." 

40 años mostrando agradecimiento y amor hacia Cristo sin ver ningún fruto de su trabajo. Este sencillo hombre, sin dones especiales, ha dado testimonio a muchas miles de personas. Gracias a él, se ha hecho un enorme trabajo en el campo misionero. Dos semanas después de esta visita, Frank Jenner murió. Podemos imaginarnos el galardón que recibirá en el cielo? Dudo que su retrato hubiese aparecido jamás en una revista evangélica. Aparte de un pequeño grupo de bautistas en Sídney, nadie le conocía, pero en el cielo su nombre es famoso. 

Por Dave Smethurst
Dave Smethurst es el director de un ministerio cristiano de Australia que ayuda a los cristianos a convertirse en testigos más poderosos de Cristo. Dirige seminarios y predica principalmente en Australia y Europa del Este. 


Este artículo es una versión editada de un mensaje grabado. De la revista Grace & Truth, Danville, IL, EE. UU. 
Traducción al español: Elisabet Ingold-Gonzáles


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