La profecía : ¿Un mensaje para el presente o para el futuro?, por Osvaldo D. Vena

Introducción: No hay profecía sin profeta

En la Biblia la profecía esta íntimamente relacionada con la persona del profeta o, en algunos casos, de la profetisa (cf. Ex 15:20; Jue 4:4; 2 R 22:14). Profeta es una palabra que deriva del griego profetes que significa una persona que habla en nombre de otra, generalmente de un dios o una diosa. Esta palabra griega traduce el vocablo hebreo nabi, que conlleva la idea de alguien que comunica un mensaje divino. La acción de profetizar es posible porque el espíritu de Dios viene sobre la persona y le hace emitir un mensaje o cumplir una función relevante, ya sea para el presente o para el futuro inmediato. Dios, la realidad última, necesita al profeta o la profetiza para mediatizar su verdad al ser humano, pues solo así puede el ser humano escuchar la voz de Dios. El profeta es un instrumento en las manos de Dios, pero lejos de ser totalmente pasivo se constituye en los ojos, los oídos y el corazón de Dios. Es como si Dios viera, oyera y sintiera a través del profeta de tal manera que cuando el profeta dice “Así dice el Señor Dios de Israel” no hay diferencia entre lo que dice y siente el profeta en ese momento y lo que dice y siente Dios.


La profecía temprana en Israel

En Números 11:24-25 el espíritu del Señor viene sobre los ancianos reunidos en la tienda del encuentro, o sea el tabernáculo, y estos comienzan inmediatamente a profetizar. El texto pareciera sugerir que este profetizar es una acción externa visible, algo que puede ser observado y evaluado. En general los comentaristas afirman que este profetizar era una manifestación de éxtasis expresado en danza y gritería frenética, algo que era común entre los profetas de la monarquía temprana. Un caso típico sería 1 Samuel 10:10-13, donde Saúl, embuído por el espíritu, profetiza en medio de una compañía de profetas. En algunos casos, este tipo de profecía extática incluye el desnudarse y entrar en una especie de trance, una pérdida de control de las funciones mentales y físicas (cf. 1 S 19:24).

Esta actividad se le atribuye también a los profetas de los Baales en 1 Reyes 18:29, aunque su profetizar no produce los mismos efectos que la profecía de los profetas de Yavé, como Elías en este caso. Claramente, para el narrador bíblico, el Dios de Elías es el verdadero Dios y Elías es un verdadero profeta, mientras que Baal no califica como Dios ni tampoco sus profetas como profetas. En general los eruditos bíblicos coinciden en que Israel apropió la forma de profetizar en éxtasis del culto a los Baales de la religión Cannanita. Si esto es así, el pasaje de Números 11 mencionado arriba constituiría un anacronismo histórico, es decir, una descripción de una situación utilizando el lenguaje y la experiencia de un tiempo posterior, ya que el evento que se narra allí sucede mucho antes de que Israel entrara en la tierra de Canaán.

Aparentemente estos profetas tempranos vivían en comunidades o escuelas y deambulaban de un lugar a otro pronunciando oráculos para aquellas personas interesadas en conocer la voluntad de Dios. Los reyes de Israel, por ejemplo, dependían en sus campañas militares de una palabra inspirada que le revelase el futuro inmediato. Así tenemos que a menudo se encuentran grupos de profetas congregados a su alrededor con el propósito de incitar al ejército a la guerra santa en contra de los enemigos de Israel. Claro que a veces estos profetas son simplemente especialistas en buenos augurios, aún cuando las perspectivas del triunfo fueran escasas. El narrador bíblico los tilda de falsos profetas pues no hablan de parte del Señor. Tenemos un caso típico en 1 Reyes 22:5-12 donde Ahab, el rey de Israel, consulta con sus profetas sobre si debe atacar al rey sirio que controlaba la ciudad de Ramot de Galaad o no. Como estos profetas estaban mas interesados en satisfacer los deseos de victoria del rey que en escuchar la voz de Dios, por mas negativa que ella fuera, su profecía de que Dios le daría el triunfo es falsa. No hablan de parte del Señor. En los versículos que siguen, 13-28, encontramos el ejemplo de un verdadero profeta, Micaías, uno que sí habla de parte de Dios. Y su pronóstico es nefasto. Predice la derrota y muerte del rey Ahab, las cuales suceden tal cual el lo anunciara.

La profecía escrita

Los llamados profetas literarios, pues sus profecías han sido preservadas en escritos, son aquellos cuyos ministerios proféticos suceden durante los siglos 8vo al 6to AC, o sea el tiempo de la division del reino en Judá, al sur, e Israel al norte. Estos profetas han pasado a la historia por su celo en desafiar el clima político y social de su tiempo para anunciar el mensaje de Dios a su pueblo. El profeta conoce a Dios en forma íntima. Sabe que el Dios de Israel no es un Dios apático, lejano, pero por el contrario lleno de pasión (pathos) por su pueblo oprimido y de enojo por los líderes injustos que lo dañan. El profeta se sitúa entonces en el medio, en la confluencia del sentir de Dios y de la necesidad del pueblo. Desde esa ubiquidad el profeta emite la palabra profética. Quizás uno de los pasajes que mejor describa esta relación sea Amós 3:8, “¿Quién no tiembla de miedo, si el león ruge? ¿Quién no habla en nombre del Señor, si él lo ordena?” La idea aquí pareciera ser que la acción de profetizar es la consecuencia ineludible de escuchar la voz de Dios, o sea, el deseo de Dios para su pueblo. Como bien lo expresa el profeta Jeremías:

Si digo: “No pensaré más en el Señor, no volveré a hablar en su nombre”, entonces tu palabra en mi interior se convierte en un fuego que devora, que me cala hasta los huesos. Trato de contenerla, pero no puedo. (Jer. 20:9)

El profeta se siente empujado, forzado a comunicar la palabra profética que le quema en su interior. Sabe que su mensaje no será bien recibido pues no es popular, ya que no es lo que los líderes politicos y religiosos quieren escuchar. Y sin embargo, es la voz de Dios para ése momento. Aquí nos encontramos con un asunto de gran importancia: la naturaleza del mensaje profético. Antes del exilio las profecías son por lo general profecías de fracaso. Los profetas profetizan contra Israel. Un ejemplo típico de esto serían las profecías de Jeremías, Oseas, Amós, Isaías1-39, Miqueas 1-3, etc. Durante y después del exilio las profecías se tornan en oráculos de esperanza y restauración. Los profetas anuncian al pueblo que Dios no se ha olvidado de su situación y que los hará retornar a su tierra. Aquí figuran prominentemente las profecías de Isaías 40-66, Ezequiel, Hageo y Zacarías.

Se puede notar cómo, en algunos de los profetas literarios, la profecía comienza a adquirir un relieve escatológico, esto es, comienza a referirse a un futuro que ya no es histórico sino mas bien supra-histórico. La razón por este cambio es el sentimiento de que los programas de restauración nacional y religioso instaurados después del exilio no llegaban a mediar totalmente el Reino de Dios. Aparecen así, dentro de los mismos libros proféticos, secciones que apuntan a un futuro mas allá de la historia donde Dios reinará no solamente sobre Israel pero sobre todo el mundo. Coincide con esto la convicción de que los profetas habían dejado de existir desde el tiempo de Esdras (así opina Flavio Josefo en su tratado Contra Apion) y que inclusive la profecía misma había cesado totalmente. El autor del libro de 1 Macabeos, escrito en el segundo siglo AC, lo expresa así:

Fue un tiempo de grandes sufrimientos para Israel, como no se había visto desde que desaparecieron los profetas (1 Mac. 9:27).

Profetas anónimos comenzaron entonces a escribir sus profecías utilizando el nombre de figuras legendarias del pasado, tales como Noé, Moisés, Henoc, Daniel, Jeremías, Baruc, etc. Sus escritos se popularizaron entre un sector del pueblo que aún esperaba el reino de Dios, gente que no se había acoplado al programa de Helenización impuesto por las dinastías que sucedieron a la muerte de Alejandro Magno, y que había sido abrazado por la aristocracia y varios de los líderes religiosos. Es en este tiempo que la profecía se torna apocalíptica, pues es expresada como revelación directa de Dios a través de un mensajero celestial a un profeta o vidente que luego la comunica al pueblo. Es éste el estilo literario en que fueron escritos los libros de Daniel y el Apocalipsis de Juan. Ambas obras contienen profecías que apuntan a un futuro escatológico que pareciera haberse extendido hasta nuestros días, ya que la situación allí descripta no se ha realizado todavía. Son precisamente estos dos libros que han fomentado interpretaciones erróneas sobre la naturaleza de la profecía. Es nuestra intención en este ensayo ayudar al lector/a a adquirir un entendimiento apropiado de dicho fenómeno.

La profecía en el Nuevo Testamento

La convicción de los escritores del Nuevo Testamento es que Jesús de Nazareth había inaugurado una nueva era en la historia de Dios con su pueblo. El espíritu aparece nuevamente llenando a ciertas personas y capacitándolas para la tarea de proclamación. Esto solo podía significar que el espíritu de profecía había retornado. El evangelista Lucas nos dice que Zacarías, el padre de Juan el bautista, era una persona llena del espíritu y bajo la influencia del mismo profetiza sobre los destinos paralelos de Juan y su primo Jesús. María, la madre de Jesús, responde al anuncio de su prodigioso embarazo con un cántico que ha pasado a la historia como el Magnificat. Ella también profetiza llena del espíritu. Jesús mismo, en su bautismo, recibe el espíritu que desciende en forma de paloma. Cuando comienza su ministerio en la sinagoga de Nazareth, luego de leer la parte del libro de Isaías que dice “El espíritu del Señor está sobre mí,” Jesús exclama: “Hoy mismo se ha cumplido la Escritura que ustedes acaban de oír” (Lc 4:21b). Después de la resurrección Jesús impartirá el espíritu a sus seguidores cuando, soplándoles encima, les dice: “Reciban el Espíritu Santo” (Jn 20:22).

En el libro de los Hechos, cuando los primeros discípulos y discípulas reciben el bautismo del Espíritu Santo, Pedro dice que esto había sucedido en cumplimiento de la profecía de Joel: “Sucederá que en los últimos días, dice Dios, derramaré mi Espíritu sobre toda la humanidad” (Hch 2:17a). Lo importante aquí es que el Espíritu es derramado sobre “toda carne” (pasan sarka). Esto incluye hijos e hijas, jóvenes y ancianos, esclavos y esclavas. El mensaje es claro: el Espíritu de Dios no conoce distinciones de sexo, edad y estrato social. Como vemos, en el Nuevo Testamento el espíritu ha regresado a inspirar personas para ministerios específicos. Lucas nos dice que en la comunidad primitiva había profetas y profetizas (cf. Hch 11:27; 13:1; 15:32; 21:9, 10) y el apóstol Pablo instruye a los cristianos de Corinto sobre el don de profecía (1 Cor 14).

Por último, el libro del Apocalipsis es una profecía apocalíptica que narra los acontecimientos que de acuerdo al profeta habrían de suceder en la vida del pueblo creyente en el futuro inmediato. La profecía le es dada por revelación. De ahí el nombre, apocalipsis, que significa precisamente eso: revelación, o, descubrir, desvelar, esto es, quitar el velo. Contrariamente a lo que se piensa generalmente, esta revelación no es para el tiempo del fin sino para el presente (Ap 1:19)

Pasemos ahora a analizar aquellas instancias en donde aparece la palabra profecía para ver en qué forma se ajustan a la descripción que hemos hecho arriba.


Profecía en el Antiguo Testamento

2 Crónicas 9:29
El resto de la historia de Salomón, desde el principio hasta el fin, está escrito en las crónicas del profeta Natán, en la profecía de Ahias el de Siló, y en las revelaciones del profeta Iddo concernientes a Jeroboam, hijo de Nabat.

Aquí profecía se refiere a una actividad que se ocupa de acontecimientos históricos –el reino de Salomón. Es interesante observar que un profeta –Natán- es descripto como uno que escribe “crónicas”, que es un documento de una naturaleza histórica más que profética. Del profeta Ahías se dice que él también ha narrado por escrito los hechos del reinado de Salomón. Por su parte Iddo, el vidente, también se ha preocupado por escribir sus visiones. De manera que en este pasaje, profeta y profecía, vidente y visiones, tienen que ver principalmente con una actividad de registrar por escrito acontecimientos históricos. En ningún momento se sugiere que la profecía se ocupa de un futuro escatológico. Esto vendrá mas tarde en la historia de Israel.

2 Crónicas 15:8
Cuando Asa oyó este mensaje del profeta, se armó de valor y eliminó los repugnantes ídolos de todo el territorio de Judá y Benjamín y de las ciudades que había conquistado en la montaña de Efraín…

Aquí “mensaje del profeta” traduce el hebreo “la profecía del profeta”. En este caso es el profeta Azarías quien trae un mensaje de Dios para su pueblo, un mensaje que es inspirado pues el espíritu de Dios viene sobre el profeta capacitándolo para su tarea de proclamación. En su mensaje Azarías hace un recuento histórico de la relación entre Dios e Israel y entre Dios y otras naciones. De nuevo, profecía no se relaciona con predecir el futuro, sino mas bien con recordar el pasado para producir cambios en el presente. Estos cambios fueron implementados por el rey Asá, quien en obediencia a la profecía de Azarías, destruye los altares del culto extranjero y renueva el pacto con el Señor, Dios de Israel, en una ceremonia pública en Jerusalén (2 Cr 15:10-15).

Nehemías 6:12
Además me dí cuenta de que él no hablaba de parte de Dios, sino que decía todo aquello contra mí porque Sambalat y Tobías lo habían sobornado.

Semaías, un profeta a sueldo, no enviado por Dios, lo alerta a Nehemías sobre lo que aparentemente le sucederá esa misma noche y sugiere que debería esconderse en el templo para protegerse de los que quieren quitarle la vida. Esta recomendación, presentada como una especie de profecía (el hebreo dice “habló la profecía contra mí”), es contraria al espíritu y la tarea de reconstrucción de Nehemías y este sospecha de que el mensaje no es de Dios. Su sospecha es confirmada: se da cuenta que Semaías ha sido contratado por sus enemigos para desprestigiarlo. Aquí, entonces, profecía tiene que ver con un curso de acción que es recomendado y una predicción (falsa) de un acontecimiento que sucedería en el futuro inmediato (“esta noche”).

Proverbios 30:1; 31:1
Dichos de Agur, hijo de Jaque de Masa(Dichos de Agur hijo de Jaque. Oráculo) NVI

Dichos del rey Lemuel de Masa, con los cuales su madre le dio instrucción.(Los dichos del rey Lemuel. Oráculo mediante el cual su madre lo instruyó) NVI

En estos dos pasajes aparece la palabra masa que puede significar “profecía”,“oráculo”, o simplemente referirse a una tribu árabe del norte. Si se elige la traducción “profecía” u “oráculo” entonces en este contexto parecería referirse a unos dichos de sabiduría, o sea, a unos proverbios. No hay aquí predicción del futuro ni recuento del pasado sino reflecciones sobre lo cotidiano que tienen como propósito hacer que la gente viva sabiamente. Como todo proverbio, estos son más deseos del corazón, expresiones de esperanza de la persona que confía en Dios, que afirmaciones de hechos ya realizados. En este sentido la función de la profecía es instruir, como pareciera ser la idea en 31:1: la madre del rey Lemuel usó un oráculo para enseñarle sobre la esposa ideal. Esta descripción sigue los canones de la cultura del medio oriente en cuanto a cuáles son las virtudes esenciales de una mujer. Como oráculo no predice, simplemente describe o, mejor dicho, prescribe: así es como una sabia mujer debería comportarse.

Proverbios 29:18
Donde no hay dirección divina, no hay orden; ¡feliz el pueblo que cumple la ley de Dios!

El hebreo permite varias traducciones: “Cuando no hay visiones, el pueblo se relaja” o “cuando no hay revelación”, o “cuando no hay profecía”. La idea es que el pueblo necesita la guía y la instrucción de la palabra profética pero aparentemente esta palabra no está disponible en el presente. El versículo continúa diciendo: “feliz el pueblo que cumple la ley de Dios”. La palabra hebrea para ley es tora, que puede traducirse también “enseñanza” o “instrucción”. Se podría deducir de este pasaje que la obediencia a la ley de Dios provee la felicidad para el diario vivir que aquellos que viven relajadamente por falta de un profeta que denuncie sus faltas no llegan nunca a conocer. Si los profetas aparecieron en la vida institucional de Israel porque el pueblo y sus líderes habían olvidado la ley de Dios, la obediencia diaria a los mandamientos divinos, expresados en proverbios, en sabiduría práctica para la vida, hace innecesaria la actividad profética. En otras palabras, la sabiduría reemplaza a la profecía, o mejor aún, es ella misma una suerte de profecía, ya que tanto la palabra profética como la palabra de sabiduría tienen su origen en Dios (cf. Pr 30:3).

Daniel 9:24
Setenta semanas han de pasar sobre tu pueblo y tu ciudad santa…para que se cumplan la visión y la profecía…”

Algunas versiones traducen aquí “para sellar la visión y el profeta”. El hebreo sugiere la idea de profecía pero la palabra es nabi, “profeta”. En el contexto del libro de Daniel, profecía apunta claramente a una revelación de las cosas que irían a suceder en el futuro del profeta y del pueblo. En este caso se refiere a los acontecimientos que se desarrollarían en la historia de Israel, comenzando con el cautiverio Babilónico y llegando hasta los días de la dominación Seléucida, especialmente del rey Antíoco Epífanes. En la revelación dada al profeta Daniel estos acontecimientos culminarían con la vindicación del pueblo fiel en el juicio final y la resurrección de los muertos. Por eso la profecía está “sellada”, esto es, garantizada y por lo tanto sucederá tal cual ha sido predicha.

Estas son las únicas instancias de la palabra profecía en el AT pero en realidad todo el mensaje de los profetas es una palabra profética, es decir, un anuncio de la voluntad de Dios para su pueblo que generalmente tiene que ver con un curso de acción que debe tomarse en el futuro inmediato o con una palabra de aliento para el pueblo perseguido u oprimido de que Dios pronto actuará en su favor.  

Profecía en el Nuevo Testamento

Mateo 13:14
Así, en el caso de ellos se cumple lo que dijo el profeta Isaías…”

Una traducción mas literal sería “se cumple la profecía ( profeteia) de Isaías”, lo cual se refiere al libro de Isaías. En muchas otras partes se utiliza la palabra oráculo (rezen) con el mismo sentido (cf. Mt 12:17; 8:17; etc.). En el tiempo de Jesús las profecías de los profetas formaban ya parte del canon de la Biblia hebrea. Los Profetas eran leídos en las sinagogas de Palestina y del mundo Greco Romano juntamente con la Ley de Moisés.

Al principio era la palabra del profeta la que tenía autoridad. Su mensaje estaba precedido por la fórmula: “Así dice el Señor, el Dios de Israel” (cf. Jer 23:2), u “Oíd la palabra del Señor” (cf. Jer.7:2). El pueblo entendía que era Dios quien hablaba a través del profeta o la profetisa. La palabra tenía autoridad en forma inmediata. Pero también algunos profetas eran instruídos por Dios a escribir su profecía. Cuando esto sucede la profecía adquiere un valor mas permanente, pues no queda solamente en la memoria de aquellos que pudieron oir al profeta sino que, como texto escrito, ejerce una función correctiva en las generaciones siguientes. Esto es importante especialmente durante el período de la dominación Helénica y más tarde Romana, cuando dejan de existir los profetas como agentes de la palabra de Dios al pueblo. La palabra escrita reemplaza entonces a la presencia física del profeta. La profecía comienza a ser leída mas que escuchada en forma directa de la boca del profeta. Es por eso que cuando los evangelistas nos dicen que Juan el Bautista aparece proclamando un llamado al arrepentimiento, ejerciendo una clara función profética, su rol debe ser explicado o aún justificado por medio de una referencia a la profecía escrita de Isaías (cf. Mc 1:2-3). Esto se ve aún mas claramente en el evangelio de Mateo donde se nos dice que una serie de eventos en la vida del niño Jesús habían sido ya predichos en las profecías escritas de los profetas (cf. Mt 1:22; 2:5,15,17; 4:14;etc.)

Romanos 12:6; 1 Corintios 12:10; 13:2,8; 14: 1-25, 29-33a.

En todos estos pasajes profeteia es uno de los dones (carismata) del Espíritu. Pablo se preocupa por aclarar que si bien todos los carismas vienen del mismo Espíritu, hay dones que son mas beneficiosos para la comunidad que otros. El don de profecía, por ejemplo, es uno de ellos. Es sumamente interesante lo que Pablo entiende por profecía. Es posible que su descripción proceda de las prácticas culticas de sus congregaciones, donde existía una gran influencia del medio ambiente Griego o Helenístico. Pero la base teológica para su entendimiento es que Jesucristo había inaugurado la era del Espíritu. Según Pablo se estaba viviendo ya el tiempo del fin, cuando el Señor retornaría del cielo a buscar a su pueblo sufriente. En este contexto la profecía en la iglesia sirve el propósito de preparar a los creyentes para ese día y tratar de convencer a los no creyentes de la urgencia de creer que Dios verdaderamente habita en la comunidad que confiesa al Cristo resucitado (1Co 14:24-25). En otras palabras, la profecía esta puesta al servicio de la escatología.

Romanos 12:6
Dios nos ha dado diferentes dones, según lo que él quiso dar a cada uno. Por lo tanto, si Dios nos ha dado el don de profecía, hablemos según la fe que tenemos.

Pablo argumenta que la iglesia esta constituida por muchos miembros que se reconocen como parte de un mismo cuerpo. En este cuerpo hay diferentes carismas o dones, los cuales cumplen diferentes funciones, pero todas ellas apuntan a sostener y nutrir el cuerpo. Uno de estos dones es el don de profecía. Pablo afirma que este don debe ser utilizado “según la fe que tenemos” o, como dicen otras versiones, “en la medida de nuestra fe”. ¿Qué significa ésto? Hay dos posibilidades. Puede significar que la fe, en cuanto contenido doctrinal objetivo, es el único criterio por el cual la profecía en la congregación puede ser evaluada. O puede significar la confianza del o de la que profetiza de que Dios le dará las palabras necesarias cuando llegue el momento de profetizar. Creemos que esta última idea es la mas adecuada.

Ahora bien, como cada persona ha recibido de Dios una medida o proporción diferente de fe (cf. Ro 12:3), la profecía variará de acuerdo a cuánta fe una persona posea. Esta fe, por ser un carisma del Espíritu (1 Co 12:9), no debe ser interpretada como confiriendo más o menos status a la persona que la recibe pero mas bien en términos de su función en la congregación. Dios es el que ha repartido los dones y éstos deben ser utilizados sobriamente, no como motivo para gloriarse sino mas bien como instrumentos para la edificación de la iglesia. La profecía, entonces, debe estar íntimamente relacionada con la fe, o sea, con una dependencia y confianza en que Dios dará las palabras para que la profecia se comunique. De lo contrario la profecía se convierte en falsa. Al igual que aquellos profetas del Antiguo Testamento que se encargaban de profetizar solamente lo bueno, estos profetas de las comunidades cristianas tempranas profetizaban falsamente, de lo que había en sus corazones, no en el corazón de Dios. Esto les acarreaba fama y prestigio. De ahí que el apóstol advirtiera a los creyentes de que no deberían pensar de sí mismos más de lo debido (Ro 12:3).

1 Corintios 12:10
Unos reciben poder para hacer milagros, y otros tienen el don de profecía.

En este pasaje Pablo menciona nuevamente el don de profecía como parte de una lista de dones que el Espíritu ha distribuido en la iglesia. Esta lista no debe ser entendida como final o totalizadora. De ninguna manera. Es simplemente una enumeración de los dones más visibles en la comunidad de Corinto. Uno de los errores mas notables de los exégetas bíblicos ha sido el considerar a Pablo como un teólogo sistemático, es decir, un creador de doctrinas fijas e inamovibles, alguien que describe en forma exacta los límites de la doctrina cristiana. Pero Pablo era un carismático. El mismo lo dice en 1 Co 14:18-19. Bajo la influencia del Espíritu, y de las situaciones particulares por las que atravesaban sus congregaciones, Pablo da instrucciones contextuales, agregando o substrayendo a sus listas de dones o vicios, cambiando una palabra por otra, dándole a una misma palabra significados diferentes. El lenguaje no es para Pablo un fin en sí mismo sino más bien un medio para hacer conocer la voluntad del Espíritu. Desafortunadamente, la iglesia que le sucedió no supo interpretar esta libertad semántica del apóstol e hizo un dogma de lo que fueron sencillamente consejos pastorales, inspirados por el Espíritu Santo, para congregaciones que estaban atravesando momentos difíciles.

1 Corintios 13:2, 8-10
Y si tengo el don de profecía, y entiendo todos los designios secretos de Dios, y sé todas las cosas, y si tengo la fe necesaria para mover montañas, pero no tengo amor, no soy nada….El amor jamás dejará de existir. Un día el don de profecía terminará, y ya no se hablará en lenguas, ni serán necesarios los conocimientos. Porque los conocimientos y la profecía son cosas imperfectas, que llegarán a su fin cuando venga lo que es perfecto.

Los dones del Espíritu, dice Pablo, pueden llegar a usarse indebidamente, para provecho personal. Usados fuera del contexto del amor (agape), pierden su valor. En lugar de valorizar a la persona que los posee, la desvalorizan. “Si no tengo amor, no soy nada…de nada me sirve”

En el versículo 2 la profecía es descripta como aquel don mediante el cual una persona puede acceder a los misterios divinos lo cual la capacita para entender la realidad humana. Así y todo, comparado con el amor, este don tiene un valor secundario y un alcance limitado (v.9). El don de profecía, como todos los demás dones, sirve para equipar a la iglesia en su ministerio de proclamación del evangelio. Pero llegará un día cuando ya no será necesario, pues el reino de Dios sera la única realidad que exista.

1 Corintios 14: 1
Procuren, pues, tener amor, y al mismo tiempo aspiren a que Dios les de dones espirituales, especialmente el de profecía.

En este capítulo, en los versículos 1-33a y 37-40, encontramos la enseñanza Paulina más concreta sobre el don de profecía. El apóstol obviamente tiene predilección por este don, no por lo que el mismo otorga a la persona que lo posee pero por su función en la comunidad. Por eso él aconseja que se deben procurar los dones mejores, esto es, aquellos que sirven mejor al pueblo de Dios, sobre todo el don de profecía (14:39).

¿Cuál es el entendimiento Paulino de este don? Pablo lo compara con el don de lenguas y afirma que el don de profecía es mas importante pues cumple una función social en la congregación. Esto se basa en que para el apóstol no hay nada mas importante que el amor. Utiliza todo el capítulo 13 para referirse a este tema. De ahí entonces que los dones que edifican a la comunidad en amor son puestos de relieve. Posiblemente los corintios enfatizaban demasiado el don de lenguas lo cual creaba un cierto resentimiento entre aquellas personas que no lo poseían. Pablo afirma que el don de lenguas es importante. El mismo lo tenía (v.18) pero aparentemente limitaba su uso a la devoción privada, ya que afirma que en la iglesia el prefería comunicar mensajes proféticos, entendibles, para enseñar a otros, antes que hablar a Dios en lenguas. Cuando una persona ora a Dios en lenguas extrañas, dice Pablo, la única persona que se beneficia es ella sola. Y no la persona total sino su espíritu. Hay una conexión entre el orante y Dios que elude la razón, es irracional, y si bien esto es válido, dice el apóstol, “mi entendimiento permanece estéril” (v.14). La persona que escucha las lenguas no sabe la razón por la cual está dando gracias el o la orante y, al no poder decir amén a su acción de gracias, permanece sin edificación (vv.16-17). Esto no es lo que Pablo desea para la iglesia en Corinto. La única forma en que las lenguas pueden llegar a ser de edificación es si alguien que posee el don de interpretación de lenguas (cf. 1 Co 12:10) interpreta su significado para la iglesia (v.5).

Un asunto interesante que Pablo recalca es que el don de profecía debe estar bajo el control del profeta. ¿Qué significa esto? La palabra clave aquí es jupotasetai, que se traduce “sometidos”. Puede significar que la profecía en la iglesia está sometida a la evaluación de aquellos que tienen el don de profecía. La evaluación tiene por fin detectar una falsa profecía o un falso profeta. O bien puede significar que solo la persona que posee el don de profecía puede ser el instrumento válido para transmitir la palabra profética. El trasfondo de esta recomendación podría ser la presencia en la congregación de Corinto de personas que se atribuían el don de profecía sin en realidad poseerlo, lo cual las constituía en falsos profetas o profetizas. El contexto de este pasaje pareciera sugerir la primera posibilidad, esto es, que para asegurar el orden en la congregación las profecías deberían hacerse por turno, en un número limitado de individuos (dos o tres sugiere Pablo) para no crear confusión, y que el resto de los que tienen el don de profecía deberían juzgar la veracidad de la palabra profética emitida.

Lucas 1:67-68
Zacarías, el padre del niño, lleno del Espíritu Santo y hablando proféticamente, dijo: “Bendito sea el Señor, Dios de Israel, porque ha venido a rescatar a su pueblo”.

Zacarías, el padre de Juan el Bautista, profiere una profecía concerniente al destino del niño recién nacido. Esta tiene la forma de un himno similar al de María en el mismo capítulo, el famoso Magnificat. Zacarías hace una enumeración de las promesas de Dios a su pueblo en el pasado y anuncia cómo esas promesas se han comenzado a cumplir con el nacimiento de Juan. La profecía no narra los acontecimientos futuros en detalle. Solamente describe cómo en el futuro inmediato Dios comenzará a manifestar su plan salvífico para Israel a través del ministerio profético de Juan. Se trata de un delineamiento mayormente teológico, y no cronológico, del futuro del pueblo creyente a la luz de las promesas divinas.

1 Timoteo 4:14
No descuides los dones que tienes y que Dios te concedió cuando, por inspiración profética, los ancianos de la iglesia te impusieron las manos.

Aquí Timoteo es exhortado a no descuidar los dones que hay en él (el griego dice “el don” y no se explica a cual de los dones del Espíritu el autor se refiere) y que le fuera transferido por medio de profecía (profeteia), o don profético, a través de la imposición de manos del consejo de ancianos. Es importante notar que la profecía es canalizada a través de la imposición de manos o en conjunción con la misma. Vemos cómo los dones, que en 1 Corintios y Romanos parecieran ser distribuidos libremente por el Espíritu, aquí necesitan ser mediatizados por los ancianos que ejercen autoridad en la comunidad. Esto parece reflejar un tiempo cuando el liderazgo de la iglesia ha comenzado a reservarse el derecho de controlar el acceso de los creyentes a los dones del Espíritu. La libertad en la cual se experimentaban estos dones en las comunidades Paulinas ha dado lugar ahora a un control por parte de la jerarquía con el propósito de garantizar el correcto uso y el destinatario apropiado de los dones. Esto pareciera denotar una iglesia que ha emprendido ya el camino hacia la institucionalización.

2 Pedro 1: 19-21
Esto hace más seguro el mensaje de los profetas, el cual con toda razón toman ustedes en cuenta. Pues ese mensaje es como una lámpara que brilla en un lugar oscuro, hasta que el día amanezca y la estrella de la mañana salga para alumbrarles el corazón. Pero ante todo tengan esto presente: que ninguna profecía de la Escritura es algo que uno pueda interpretar según el propio parecer, porque los profetas nunca hablaron por iniciativa humana; al contrario, eran hombres que hablaban de parte de Dios, dirigidos por el Espíritu Santo.

Profecía se refiere aquí al mensaje escrito de los profetas, una referencia a la Biblia hebrea, la cual propiamente interpretada apunta claramente a la venida de Jesucristo. Es importante destacar la relación entre el mensaje inspirado de los profetas y la interpretación inspirada de sus profecías. De nuevo, lo que garantiza una correcta lectura cristológica del Antiguo Testamento es el Espíritu Santo. Y el autor previene a su audiencia de que es posible que, así como existían falsos profetas en el pueblo de Israel, algunos en la congregación interpreten falsamente las escrituras. Uno de los problemas en la comunidad era que algunos negaban la segunda venida de Cristo (cf. 3:4). El autor los declara falsos maestros y considera sus enseñanzas como herejías (2:1). Obviamente, el autor se coloca del lado de los que están autorizados para decidir quiénes son los falsos intérpretes de la tradición.

Apocalipsis 1:3; 22:7,10,18, 19
Dichoso el que lee y dichosos los que escuchan la lectura de este mensaje profético, y hacen caso de lo que aquí está escrito, porque ya se acerca el tiempo (1:3).

¡Vengo pronto! ¡Dichoso el que hace caso del mensaje profético que está escrito en este libro! (22:7)

También me dijo: “No guardes en secreto el mensaje profético que está escrito en este libro, porque ya se acerca el tiempo de su cumplimiento (22:10).

A todos los que escuchan el mensaje profético escrito en este libro, les advierto esto…Y si alguno quita algo del mensaje profético escrito en este libro…(22: 18-19).

En todos los versículos mencionados arriba la construcción griega es siempre “las palabras de la profecía” (tous logous tes profeteias), la cual se refiere al libro de apocalipsis como profecía escrita. Es interesante notar que todo el libro del Apocalipsis esta encerrado entre dos afirmaciones similares, una en 1:3 y otra en 22:18-19. En ambos casos hay una referencia al tiempo del fin expresada en la misma forma: “el tiempo está cerca” (jo kairos engus). Claramente, la profecía contenida entre estas dos afirmaciones, entre los capítulos 1 y 22, es un mensaje para el tiempo presente que necesita ser escuchado y obedecido, dado que según Juan el fin de todas las cosas se acerca. Esta profecía está expresada en forma visionaria (4:1), la cual le llega al profeta a través de una experiencia de éxtasis (1:10; 4:2). Una y otra vez este libro deja entrever la dinámica de la revelación apocalíptica: un mensajero celestial comunica su mensaje a un vidente que, en forma espiritual, no literal, visita las regiones celestes en donde se le muestran los acontecimientos que habrían de suceder en el mundo real del profeta.

Apocalipsis 11:6
Estos testigos tienen poder para cerrar el cielo, para que no llueva durante el tiempo en que esten comunicando su mensaje profético, y también tienen poder para cambiar el agua en sangre y para hacer sufrir a la tierra con toda clase de calamidades, tantas veces como ellos quieran.

Aquí se refiere al ministerio profético, “la profecía” de los dos testigos, quienes asumen características muy parecidas a las de Elías y Moisés en el Antiguo Testamento. El precio que pagan por su ministerio profético es la muerte (11:7), la cual es seguida por una vindicación divina en la forma de resurrección y ascensión a los cielos (11:12). Obviamente la profecía de estos dos testigos es una denuncia de los poderes de maldad que dominan el mundo, simbolizados en la bestia que sube del abismo (11:7). Nuevamente vemos cómo profecía es entendida en términos de un mensaje de parte de Dios relevante para la situación actual.

Apocalipsis 19:10
Me arrodillé a los pies del ángel, para adorarlo, pero él me dijo: “No hagas eso, pues yo soy siervo de Dios, lo mismo que tú y tus hermanos que siguen fieles al testimonio de Jesús. Adora a Dios.” Pues este testimonio de Jesús es el que inspira a los profetas.

La expresión “el testimonio de Jesús” se utiliza varias veces en el Apocalipsis junto con “la Palabra de Dios” (cf. 1:2; 6:9; 12:17; 20:4). Obviamente el testimonio de Jesús y la Palabra de Dios están íntimamente conectados. Si comparamos este pasaje con el de Apocalipsis 22:8-9 vemos una semejanza muy interesante:


Yo, Juan, ví y oí estas cosas. Y después de verlas y oírlas, me arrodillé a los pies del ángel que me las había mostrado, para adorarlo. Pero él me dijo: “No hagas eso, pues yo soy siervo de Dios, lo mismo que tú y que tus hermanos los profetas y que todos los que hacen caso de lo que está escrito en este libro. Adora a Dios.”

Claramente, “las palabras de este libro” y “el testimonio de Jesús” son usados como sinónimos. El libro del Apocalipsis es un testimonio de Jesús dado por profetas como Juan. Como tal es Palabra de Dios, inspirada por el Espíritu, quien a su vez inspira a los profetas.

La iglesia, una comunidad profética

Lo que califica a la iglesia como profética es el hablar en nombre de Dios, el comunicar un mensaje a través de la inspiración del Espíritu Santo, es poder decir a sus contemporáneos: “Así dice el Señor.” La iglesia primitiva comprendió desde el principio que ésta era su función. En el evangelio de Juan, Jesús promete enviar el Espíritu Santo después de su partida. Jesús lo llama el Defensor (parakletos), el Espíritu de la verdad (Jn 14:16-17). Pero como el mundo no puede recibirle, la comunidad es su mediadora al mundo. Al proclamar un mensaje en nombre de Dios a través de la inspiración del Espíritu, la comunidad se transforma en una comunidad profética. Esto se ve claramente en 14:26, donde se nos dice que el Defensor -o el Consolador en otras traducciones- cumplirá la función de enseñarles a los discípulos todas las cosas y de recordarles las enseñanzas de Jesús. El Espíritu guiará a la comunidad a toda la verdad, comunicándole los secretos de Dios y anunciándoles las cosas que habrán de venir (16:13). El libro de los Hechos de los Apóstoles sugiere que la razón por la cual la misión de la iglesia primitiva tuvo tanta repercusión fué por la presencia del Espíritu en su medio. El Espíritu llega el día de Pentecostés y capacita a los discípulos y discípulas para “hablar…las maravillas de Dios” (Hch 2:11). Esto es ciertamente mensaje profético. El resto del libro de los Hechos proporciona innumerables ejemplos de cómo la comunidad, inspirada por el Espíritu, lleva adelante su misión. De manera que misión y mensaje profético son inseparables, dos caras de una misma moneda.

Todos estos pasajes dejan entrever cómo el Espíritu, actuando en el medio de la comunidad, la capacita para una tarea que es sin duda profética, ya que involucra anunciar a sus contemporáneos que Dios, en Cristo, se ha acercado para liberar al ser humano de todo aquello que no le permite alcanzar su potencial total como criatura de Dios. Cada vez que en la Biblia se habla de una acción o una demanda divina que es comunicada por mediadores humanos estamos hablando de profecía aun cuando ésta no incluya una predicción del futuro. Este mensaje es siempre desestabilizador pues confronta al ser humano con el imperativo divino de hacer justicia, amar misericordia y obedecer humildemente a Dios (Miq 6:8b).

Como parte de la iglesia de Jesucristo en el siglo veintiuno debemos ser conscientes de no cometer dos errores que muchos cristianos sinceros han cometido a través del tiempo. El primero es limitar la profecía a una predicción de los acontecimientos futuros. Como hemos visto, la Biblia parece sugerir que la profecía tiene que ver con un mensaje que se anuncia hoy para hoy, un mensaje que se basa en la actividad de Dios en el pasado y que exhorta a la comunidad y al mundo a un curso de acción, a una ética que esté de acuerdo con lo que Dios espera del ser humano. En esta función profética la iglesia va a denunciar las estructuras de poder –ya sean políticas, económicas o religiosas- que alienan a los seres humanos sin dejarles alcanzar la plenitud de vida para la que fueron creados. La profecía tiene un ojo puesto en el pasado y otro en el futuro, pero habla para el presente. La tarea de la iglesia, entonces, no es predecir el futuro, pues éste ya se conoce: Dios triunfará al fin. Así lo afirma Apocalipsis 21:14:

Secará todas las lágrimas de ellos, y ya no habrá muerte, ni llanto, ni lamento, ni dolor; porque todo lo que antes existía ha dejado de existir.

El segundo error es pensar que se puede limitar la profecía a aquellas personas que poseen el don carismático de la profecía. Algunas denominaciones afirman que los dones que se describen en 1 Corintios 12 están aún presentes en la iglesia de hoy. Es especialmente en estos círculos donde se corre el riesgo de pensar que la profecía es patrimonio de unos pocos, de aquellos a quienes el Espíritu ha concedido este don. Sin llegar a negar que ciertas personas puedan poseer una capacidad espiritual especial para discernir la realidad, y que esta capacidad sea algo dado por Dios, quisieramos afirmar vehementemente que la iglesia como comunidad, como presencia en el mundo, toda la iglesia, cada uno de sus miembros, cumple, o debería cumplir una función profética tal cual la describiéramos en este ensayo.

En el Apocalipsis de Juan el testimonio profético de toda una comunidad se paga con el sufrimiento y el martirio, al cual seguiría, según el vidente, la vindicación divina y el acceso al reino celestial para participar de las bodas del Cordero. Este no es otro mas que el Jesús resucitado, quien en su vida terrenal fué identificado, y se comportó, como un auténtico profeta. La iglesia actual esta llamada a imitar su ejemplo, lo cual implicaría estar dispuesta a pagar el mismo precio que el pagó por su fidelidad a Dios y su reino. Al igual que en el Antiguo Testamento y en el tiempo de Jesús, las instituciones del poder político, económico y religioso de nuestra sociedad harán todo lo posible para silenciar al profeta y su profecía. La tarea de la iglesia, entonces, es ser fiel al llamado de Dios y estar dispuesta a anunciar el mensaje profético de liberación cualquiera sea el costo.


Preguntas para la discusión

1. ¿Hay alguna diferencia entre el don de profecía que el Espíritu distribuye libremente en la iglesia y la misión profética de ésta como un todo?

2. Si Jesús es descripto en los evangelios como un profeta, ¿podríamos decir entonces que Jesús poseía el “don” de profecía? Si la respuesta es no, ¿puede existir profecía sin el don carismático del que habla Pablo?

3. ¿Cuáles serían algunas de las implicaciones prácticas del ministerio profético de la iglesia en la actualidad?

4. Dado el entendimiento popular del profeta como aquel que predice el futuro y de la profecía como un mapa detallado de los acontecimientos que habrán de suceder en el mundo, como debería entonces la iglesia vivir su vocación profética de manera que estas nociones erróneas puedan ser combatidas?

5. ¿Cuál podría ser una respuesta, desde la perspectiva bíblica de la profecía, a la euforia carismático-evangelística que permea muchas de las denominaciones protestantes de Estados Unidos y América Latina? 

Sobre el autor: 

Osvaldo D. Vena es oriundo de la Argentina y profesor de Nuevo Testamento en el Garrett-Evangelical Theological Seminary en Evanston, Illinois, USA. Es autor, entre otros libros y artículos, de Apocalipsis, perteneciente a la serie “Conozca su Biblia” editada por Justo L. González y publicada por Augsburg Fortress (2008) y Evangelio de Marcos, perteneciente a la Serie “Comentarios para exégesis y traducción,” editada por Edesio Sánchez y Esteban Voth y publicada por las Sociedades Bíblicas Unidas (2008) 
 
Fuente: traduccionbiblica.org Te puede interesar:
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