Historia de la Biblia Vulgata Latina

La Vulgata Latina ha dejado una huella en la historia. Los reformadores del siglo XVI conocían esta versión y fue lo primero que utilizaron en su lectura personal para conocer la verdad divina. A pesar de sus problemas e inexactitudes, las Escrituras en latín fueron la fuente las versiones vernáculas de Europa Occidental hasta la Reforma del siglo XVI, donde se originaron mejores traducciones de la Biblia basadas ya no en latín, sino en los idiomas originales hebreo y griego. Vale la pena conocer su historia.


Historia de la Biblia Vulgata Latina

Por C.P. Hallihan 


Primero, el griego 

Aunque el latín fue el idioma predominante en las iglesias de Occidente desde mediados del siglo III hasta la Reforma, esto no fue así antes del 250 d. C., aproximadamente. En el principio, predicadores cuyo idioma era el griego proclamaron el evangelio y continuaron usando ese idioma en sus escritos. Ireneo (130-200 d. C.) predicó en Lyon, en latín y en alguna lengua vernácula celta local, sin embargo, solía argumentar en griego sobre las herejías. Su carta a la iglesia de Lyon, referente a sus mártires, la hizo en griego. Cuando Clemente escribió desde Roma a los Corintios (95 d. C.), utilizó el griego. El Pastor de Hermas se elaboró en griego. En el siglo III, Justino y Tatiano se dirigieron a los romanos en griego. Hasta el siglo III, el griego fue el idioma de las inscripciones cristianas en Roma, ¡incluso los epitafios originales de los obispos fueron escritos en griego! Los escasos restos de la literatura de Roma están en griego, y durante dos siglos no fue notoria la necesidad de una versión latina, ni en Roma ni en Italia en general. 
 
África y el latín antiguo 

Fue en África y no en Roma, donde el latín se convirtió en el lenguaje literario principal del cristianismo. Esta provincia romana abarcaba lo que hoy conocemos como Túnez, Argelia y Marruecos, en la cual el latín era el idioma oficial, pero no la lengua autóctona.1 Agustín da la impresión de que el evangelio llegó al norte de África relativamente tarde, pero sin duda a finales del siglo II ya había cristianos en la sociedad de toda esa región. 

La historia de la primera versión en latín de la Biblia está perdida en enigmas, pero Cartago, inmerso en la cultura latina romana, quizá fue el lugar donde se hicieron las primeras versiones rudimentarias de los Evangelios, en un latín rebuscado. Tertuliano de Cartago, el primero de los padres latinos, reconoce claramente una versión latina del Nuevo Testamento en uso general, aunque no necesariamente con todos los libros ahora incluidos en el canon
Cipriano, obispo de Cartago, martirizado en el año 258 d. C., cita abundantemente un texto en latín que debió ser una Biblia completa, al considerar la amplitud de las citas. Las versiones latinas antiguas empezaron a circular por el norte de África, Italia, Galia y España, únicas y divergentes entre sí en su mayoría, lo que más tarde produjo la muy citada observación de Jerónimo, “que existían tantas versiones como manuscritos del latín antiguo.” 2  

En las distintas regiones se podía encontrar una versión popular de la Biblia latina, o más concretamente, de los Evangelios y del Nuevo Testamento, vigente desde principios del siglo III. A partir de esa época comienza a aparecer también un distintivo de las Biblias en latín: en todo el texto a menudo se encuentran palabras que son, o simples transliteraciones del griego, o traducciones de formas griegas verdaderamente irritantes. El panorama del Antiguo Testamento en latín es aún más confuso y el único hecho evidente es que todos esos esfuerzos pudieran haberse derivado de la Septuaginta, la traducción griega del Antiguo Testamento. 

No es de extrañar, pues, que la versión latina incluyera los libros apócrifos que habitualmente se encuentran en la Septuaginta, a los cuales se añadió 2a de Esdras. En cuanto al Nuevo Testamento, parece seguro que la Epístola a los Hebreos, Santiago y 2ª de Pedro no formaban parte de la versión original africana (en latín). 

Italia 

La primera versión latina del Antiguo Testamento siguió utilizándose, por lo general sin cambios en el norte de África, pero no en Italia, donde la tosquedad “provinciana” de la versión era sin duda muy evidente y ofensiva. Los obispos italianos también estaban familiarizados con los textos griegos y se dieron cuenta de la necesidad de revisarla para un uso más aceptable en sus congregaciones. En esa época, el idioma latín era de uso general, aunque no exclusivo, en los escritos cristianos. Al parecer, durante el siglo IV se hizo en el norte de Italia una revisión definitiva del Antiguo Testamento en latín, utilizando manuscritos griegos y tomando en cuenta las necesidades de la iglesia, por lo cual la llamaron Ítala. Agustín la recomendó de manera fehaciente por su precisión y claridad. Aun así, le hicieron otras revisiones para su uso individual y local y le introdujeron más cambios. Tal vez por eso Agustín decía que “cualquiera que en los primeros tiempos del cristianismo llegaba a tener un manuscrito griego y creía poseer un buen conocimiento del griego y del latín, se aventuraba a traducirlo.” 3 Los escribas también añadían detalles a la narración a partir de pasajes paralelos y cambiaban las formas de expresión por otras con las que estaban familiarizados. Luego vino la mezcla de estas versiones revisadas, lo que produjo un deterioro mayor del texto. A finales del siglo IV, la Biblia en latín y los Evangelios en particular se encontraban en un estado muy deficiente, tanto como para requerir un serio llamado de atención sobre esa versión de las Escrituras. 

Jerónimo 


En el 382 d. C. el obispo de Roma, ya con el título de papa, era Dámaso y su secretario, Eusebio Sofronis Hieronymus, mejor conocido como Jerónimo. Este nombre, más que ningún otro, se asocia a la Biblia latina y en particular al título de Vulgata latina. La palabra «vulgata» es simplemente vulgatus, en latín, la cual signi!ca común o generalmente conocido, y que en relación con las Escrituras siempre se refería al texto generalmente recibido o aceptado. La frase Vulgata latina está unida al uso histórico, no obstante parece irónico que cuando Jerónimo usaba la palabra «vulgata» se refería al Antiguo Testamento en griego, la Septuaginta, y que fuera el Concilio de Trento, 1.200 años más tarde, el que confundiendo el uso de Jerónimo uniera estrechamente esa palabra a la Biblia latina. 

Las opiniones y reacciones hacia Jerónimo fueron tan diversas y difíciles por parte de los escritores de su época como de los posteriores. Proveniente de una familia cristiana, nació en Dalmacia en el 347 (algunos dicen 329) y se educó en Roma. Viajó mucho y aprendió con diligencia la cultura clásica y probablemente también el hebreo y el arameo. Cuando regresó a Roma recibió el bautismo, se apartó resueltamente de todo aprendizaje clásico y se entregó a una vida ascética rigurosa. 

Dámaso, preocupado por el estado confuso e incierto de las Escrituras en latín, encargó a Jerónimo la tarea de revisar y editar los manuscritos. Esta iba a ser siempre una tarea poco valorada y con mucha oposición, algunas evidentes, otras no tanto. En cierto modo Jerónimo, con su erudición y dedicación, podía parecer el hombre ideal para el trabajo, pero su naturaleza áspera y vehemente, su hostilidad hacia todo lo que estuviera en desacuerdo con Roma,4 su celo y ardiente deseo de promulgación del monacato, la mariolatría, las reliquias y los santos difuntos, ofrecen otra perspectiva.  

La Biblia de Jerónimo en latín 

Como era de esperarse, el trabajo se inició en los Evangelios y entre los años 382 al 384 Jerónimo produjo una nueva versión de los cuatro Evangelios en latín, 5 así como una revisión de los Salmos llamada “Salterio Romano”, que según se dice, aún se utiliza en la iglesia de San Pedro en Roma. 

Cuando Dámaso murió en el 384, Jerónimo abandonó Roma para siempre pero no se desprendió del encargo recibido. Tras dos años de peregrinaje, fundó un monasterio en Belén donde permaneció el resto de su vida. Con la intención de seguir revisando el Antiguo Testamento, elaboró otra versión de los Salmos utilizando la Septuaginta y la Hexapla de Orígenes. Este “Salterio Galicano” se sigue utilizando en la Vulgata actual. Al hacer esto, Jerónimo se convenció de que debía apartarse de la versión Septuaginta y trabajar a partir de los textos hebreos. Es posible que Jerónimo fuera el primero en utilizar la expresión “hebraica veritas” para referirse a este retorno a la lengua original. 

La Biblia latina de Jerónimo en hebreo y griego se completó en el año 405, incluyendo otro Salterio, llamado “Salterio Hebreo”. La ampliación de su dominio del hebreo con la ayuda de eruditos judíos suscitó malestar, llegando a veces a la hostilidad y a la acusación de ser judaizante. Además, su abandono de la Septuaginta en griego, como fuente del Antiguo Testamento, se consideró casi imperdonable. Incluso Agustín luchó por aceptarlo, pero siendo el más joven de los dos, se comportó con humildad bajo las mordaces y abusivas reprimendas del erudito. Sin embargo Agustín, aunque reconoció y elogió el valor de la nueva obra (¡al igual que Pelagio!), parece haberse atenido al Texto itálico. El propio Jerónimo admitió precipitación, incluso errores en su trabajo y en escritos posteriores citó porciones de forma diferente. 

Esta sería la Biblia del cristianismo occidental durante casi 1.000 años, de modo que la mayoría de los intentos de producir versiones en otras lenguas se derivaron de esta versión inconsistente, convirtiendo aquellas, en el mejor de los casos, en “la versión de una versión”. Aun así, en sí misma es una interpretación del original y permite vislumbrar, para un uso cuidadoso y responsable, el testimonio de la historia textual y canónica. 

De Jerónimo a la imprenta 


La aceptación de la obra de Jerónimo fue muy lenta y el latín antiguo y el nuevo estuvieron en las iglesias occidentales durante 300 años. En Oriente sucedían otras cosas. Galia adoptó la obra de Jerónimo en el siglo V, pero el latín antiguo prevaleció en Bretaña y África, y ya en el siglo VI solo África se mantenía utilizándolo. El manuscrito más importante que se conserva del Texto latino de Jerónimo, el Codex Amiatinus de Florencia, se copió en realidad a principios del siglo VIII en Wearmouth o Jarrow, en el noreste de Inglaterra. En el 731 Beda se refiere a la Biblia de Jerónimo como “la conocida”. 

Con todo, la corriente textual de la Biblia en latín estaba de nuevo en rápido declive. El uso simultáneo de versiones antiguas y nuevas dio lugar a grandes adulteraciones en ambas, de modo que se formaron diversos textos “fusionados”, de acuerdo al gusto o el criterio de los escribas y la traducción empeoró. La inestabilidad textual es un gran obstáculo. A mediados del siglo VIII, la Biblia latina llamada Vulgata se usaba en toda Europa occidental mediante copias manuscritas. La llamaban la Biblia de Jerónimo, pero pocas copias, si es que alguna, coincidían con la elaborada en Belén en el año 405. Destacan algunos intentos de ordenar el texto bíblico: Casiodoro en la Italia meridional del siglo VI; Alcuino de York con el patrocinio de Carlomagno en el año 800; Teodolfo de Orleans por la misma época. En el siglo XIII, un grupo de eruditos de París efectuó una revisión que resultó en la separación de la Biblia en capítulos, por primera vez, y además se convirtió en la base de las primeras ediciones impresas. Para nosotros, el fruto más destacado de la tradición bíblica latina medieval es el uso que Wycliffe hizo del texto en latín para producir una Biblia en inglés, que aun cuando fue la versión de una versión inestable, además de su destacada obra bíblica en Inglaterra, aceleró la Reforma. 

La primera gran obra del proceso de impresión fue, desde luego, la Biblia en latín de 1455, la Biblia de Gutenberg por el nombre del impresor o la Biblia de Mazarino, por el famoso ejemplar de la biblioteca del cardenal Mazarino. Requirió seis años realizar la composición de 1.300 páginas tipográficas, publicadas en dos volúmenes y dos impresiones. Fue casi una réplica del estilo manuscrito a dos columnas por página que se perfeccionó en las copias de los siglos pasados. ¿Contribuiría esta Biblia a la estabilidad del texto impreso? 

El texto en latín impreso 

El cardenal Jiménez (1502-1517) fue el primero en presentar un texto latino cuidadosamente revisado, colocándolo en el puesto de honor entre los textos en hebreo y griego en su Biblia Políglota Complutense6 (¡extraño “honor”, colocar una versión entre los idiomas bíblicos!). 

Se dice que este texto complutense es más correcto que la mayoría de los anteriores, pero dista mucho de ser puro. Muchos nombres conocidos aparecen ahora involucrados en las ediciones en latín: Erasmo, Estéfano, Coverdale, Beza, etc. El camino de ellos es diferente y tiende hacia el establecimiento y el uso adecuado de un verdadero texto griego, pero esa no será la ruta a seguir por ahora. “Más por el Tíber amarillo, hubo tumulto y miedo…” 7 El desafío de los reformadores a la Iglesia de Roma implicaba una clara apelación a las Escrituras; la confusión que provocaban las diferencias en el texto y la interpretación de la Vulgata exigía algún remedio. Una edición latina autorizada se convirtió en una necesidad para la Iglesia romana. 

La primera sesión del Concilio de Trento, el instrumento de la Contrarreforma, se celebró el 13 de diciembre de 1545. El credo de Nicea se estableció formalmente como el fundamento de la fe cristiana el 4 de febrero de 1546 y luego el concilio procedió a la cuestión de la autoridad, el texto y la interpretación de las Sagradas Escrituras. Hubo una variedad considerable de opiniones sobre el valor comparativo de las lenguas originales y los textos en latín. Se afirmó la autoridad única de la versión antigua y vulgata (latina), pero no se dio ninguna base para ello y no se proporcionó ningún texto definido. Aun así, se previó la impresión de una edición de la Vulgata corregida y revisada. 

Pasaron cuarenta años y aún no se superaban las dificultades de tal revisión. En ese momento el papa Sixto V, un hombre reconocido por todos como no poco erudito, tomó el asunto en sus manos y en 1590 publicó su propia edición fiel, legal y autorizada de la Vulgata. Su erudición al parecer lo abandonó, pues en esa versión se encontraron, según algunos conteos, alrededor de tres mil de las alteraciones más torpes y arbitrarias. Sixto murió unos meses después y todo se detuvo. En el reinado del penúltimo papa, Clemente VIII, se elaboró y publicó una revisión drástica del texto Sixtino impresa por Aldo Manucio, nieto del famoso fundador de la imprenta Aldina. 

Esta Vulgata Sixto-Clementina se convirtió en la Biblia estándar de la Iglesia católica romana. En el prefacio de 1592, el cardenal Belarmino sugiere que la edición de Sixto necesitó una corrección tan extensa a causa de los errores de imprenta, aunque de hecho había muy pocos menos que en la edición de Clemente. 

En 1582 se publicó el Nuevo Testamento de Reims, la versión inglesa de la Vulgata para la Iglesia católica romana, mucho antes que el texto de Sixto-Clemente. El Antiguo Testamento de esa versión se imprimió en Douai en 1609 y es posible que usara como fuente la impresión de Aldo de 1592. El obispo Challoner modificó y modernizó esta Biblia en 1749 y ajustó el texto adecuadamente a la edición de Clemente. Esta fue la traducción de la Vulgata al inglés utilizada durante los próximos doscientos años 

Repaso 

No se puede dudar ni negar la enorme influencia de las Escrituras en latín en el mundo occidental, donde durante más de mil años fue “la Biblia”, aunque solo se trataba de una versión. La lengua latina no puede compararse con el hebreo y el griego, de modo que todas las traducciones que se hacen a partir de ella son doblemente defectuosas. Es cierto que todos los textos bíblicos anteriores al uso generalizado de la imprenta estaban sujetos a los problemas del copiado a mano, pero los textos latinos aún más debido a su propia popularidad. Los libros hablan de la Vetus latina, la Ítala, la Jerónima (de Jerónimo, en el año 405) y la Vulgata como si hubiera existido solamente un texto de cada una de ellas, cuando en realidad hubo muchos y ninguno era estable. En consecuencia, la interrogante perenne era: “¿cuál entre todos los textos?” 

En una avería en la carretera, un mecánico podría encontrar un problema escondido debajo del vehículo ayudado con una barra, un espejo y una linterna. En este sentido, el conjunto de textos en latín, utilizado con buen criterio y responsabilidad, nos deja ver algunos rincones insospechados de la historia de las Escrituras, a los que de otra forma no tendríamos acceso ¡y cómo nos alegramos por eso! Tomemos como ejemplo la Biblia de Belén: aunque ofrece una “visión retrospectiva” tranquilizadora del texto hebreo del siglo IV, ni eso ni su correcta traducción la convierten en una autoridad sobre el tema. Del mismo modo que el mecánico no estará tranquilo hasta que ingrese el vehículo en un taller bien equipado, nosotros siempre buscaremos más y mejor ayuda, como la que creemos que el Señor nos concedió al sacar a la luz el Texto Masorético del Antiguo Testamento y el Texto Recibido del Nuevo Testamento, los cuales sirvieron para sellar la Reforma. Como vimos en el último párrafo, ni siquiera la imprenta aportó estabilidad en el corto plazo a las Escrituras en latín. Sin embargo, más allá de las cuestiones del texto y del canon, recordemos que las versiones latinas dejaron su huella, tanto en nuestro idioma como en nuestros pensamientos y en la forma de expresarlos. Los reformadores más notables estaban familiarizados con estas versiones y de ellas extrajeron su primer conocimiento de la verdad divina. Directa o indirectamente, las Escrituras en latín fueron la fuente de todas las versiones vernáculas de Europa Occidental hasta la Reforma y a pesar de su oscuro pasado y de sus evidentes problemas, Dios las utilizó en la preservación de Su Palabra e incluso en la transmisión del Evangelio, hasta que Él nos proveyó algo mejor. 


Referencias:
1. F.F. Bruce hace un comentario interesante: nunca hubo una Biblia vernácula en las lenguas bereberes del norte de África. ¿Fue esto un factor en la casi completa desaparición del Evangelio en esa zona? Véase F.F. Bruce, !e Books and the Parchments, 3a. ed. (Old Tappan, NJ, EE: Fleming H. Revell Co., 1984), p. 202. 

2. Jerónimo, Preface to the Four Gospels, dirigido a Dámaso, 383 d. C. 

3. De Doctr. Christ. 2, 16 [11] ‘Qui scripturas ex Hebraea lingua in Graecam verterunt numerari possunt, Latini antem interpretes nullo, modo, Ut enim cuivii primis !dei temporibus in manus venit codex Grecus et aliquantulum facultatis sibi utriusque linguve habers videbatur, aunsus est interpretari’. Citado en Vulgate’, McClintock and Strong (AGESLibrary, MSE_1008.pdf). 

4. Oriente y Occidente se estaban dividiendo claramente en esta época, y en partes remotas del Imperio de Occidente todavía había comunidades cristianas “independientes”. Jerónimo las desaprobaba y no tardó en condenarlas. 

5. Se cree que utilizó un popular “texto occidental” europeo, con correcciones “alejandrinas”. Este tema es para otro momento y lugar. 

6. De Complutum, en España. 

7. Tomas Babbington Macaulay, ‘Horatius’, Lays of Ancient Rome, XIII (Englishverse. com, www.englishverse.com/poems/horatius, consultado el 19 de febrero de 2007).


Fuente: Sociedad Biblica Trinitaria
 
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