La tarea del pastor de Ezequiel 34:1-15


Por Rev. Brian M. Abshire

Todo pastor tiene su medida de dificultades en el ministerio y algunas veces es terriblemente fácil desear que Dios nos hubiese llamado a algún otro tipo de trabajo. La atención constante a cosas pequeñas, la inseguridad laboral, la necesidad de complacer a TODA la gente con expectativas ampliamente diferentes, sin mencionar las incesantes políticas en aún las mejores iglesias, son cosas que pueden desgastar incluso a los mejores hombres después de un poco de tiempo.

Ahora, no estoy abogando aquí a favor de los pastores. Hay grandes recompensas en ser uno de los pastores de Dios. Existe algo simplemente maravilloso con respecto a recibir un pago por estudiar la palabra de Dios, enseñarla a otros y aconsejarles en cuanto a como ponerla por obra en sus vidas. Y aunque puede ser que esté concediendo aquí demasiado, para un muchacho pobre proveniente de un trasfondo de clase obrera, es un puro gozo laborar en un trabajo que no implica picos, palas o mover grandes objetos pesados a mano. Todavía no puedo creer que la gente en realidad me PAGA por hacer algo que tanto amo.

Pero, como se señaló antes, ser un pastor también tiene sus inconvenientes. Toda persona en una iglesia tiene una cierta imagen de lo que quiere que sea su pastor, y puede ser enloquecedor tratar de vivir a la altura de todas aquellas expectativas (y devastador para su carrera cuando no puede lograrlo.) Por supuesto, los cristianos esperan correctamente que su pastor sea consistente con lo que enseña, pero con frecuencia también introducen toda una serie de expectativas que ningún hombre puede cumplir jamás. Esa es la razón por la cual le llaman “luna de miel” al período cuando un pastor viene por primera vez a una iglesia porque la gente aún tiene expectativas idealistas de su nuevo pastor y él aún no ha tenido la oportunidad de desilusionarlos (lo que invariablemente hará.) Al principio de un nuevo trabajo, el pastor es el mimado de todos. Pero normalmente, en dieciocho meses, termina la “luna de miel” y, a menos que el pastor sea capaz de manejar la situación sabiamente, las cosas pueden pronto comenzar a ir mal para él y la iglesia. La gente comenzará a ver que él NO es perfecto, comete errores, aunque sea errores involuntarios, y algunas veces, aún pecados (incluso por no hacer siempre lo correcto, en el momento justo, de la manera correcta.) Si a la iglesia no se le han enseñado buenas destrezas de conflicto y confrontación, los problemas se quedarán sin resolver, resultando en que algunas personas se desilusionen, se enojen, se amarguen y frustren.

Con frecuencia, en un año más o menos, se da una resistencia de parte de varias personas de “poder” en la iglesia que una vez fueron partidarios fervientes, pero que ahora parecen dedicados a hacer que su vida y ministerio se dificulten. Entonces el pastor descubre que él también está frustrado, que a algunas personas ya no les cae bien, hablan de él a sus espaldas, y algunas veces hasta tratarán de echarlo o dividir la iglesia. Con demasiada frecuencia, alrededor del tercer año, muchos pastores han tenido suficiente y comenzarán a enviar a escondidas sus currículos a otros ministerios disponibles. Cuando finalmente recibe una llamada de algún otro lado, todos dan un suspiro de alivio, la iglesia llama a un nuevo pastor, y la misma dinámica empieza otra vez.

Parte del problema es una falla básica por parte tanto del pastor como de la congregación de entender sus obligaciones y responsabilidades mutuas bajo Dios. Tristemente, la mayoría de nosotros nos hemos formado nuestro concepto de un pastor, no de la Palabra, sino de nuestra propia experiencia. Como consecuencia, no entendemos el papel de un pastor y tenemos expectativas no realistas y antibíblicas de lo que puede y debiese estar haciendo. Aún peor, muchos pastores, de quienes uno podría esperar que estén mejor informados, no tienen idea de lo que Dios realmente requiere de ellos. Sin embargo, si educamos a nuestra gente Y A NOSOTROS MISMOS en cuanto a los requerimientos de Dios, bien pudiera ser que podemos prevenir la frustración, la animadversión y las expectativas malogradas que son tan comunes.

Ezequiel 34: Las Obligaciones de un Pastor Piadoso

Durante un día reciente de oración y ayuno, me encontré con Ezequiel 34 que parece abordar directamente las obligaciones de un pastor y porqué fracasan a menudo. Ahora, a Ezequiel le fue dada una profecía directa acerca del juicio de Dios por el fracaso de los pastores de Israel. Pero si estaban siendo juzgados por lo que NO hacían, entonces quizá podamos aprender qué HACER para salvarnos a nosotros mismos y nuestras congregaciones de dolores innecesarios (Heb. 13:17.)

Dios comienza en el verso 2 diciendo, “Hijo de hombre, profetiza contra los pastores de Israel; profetiza, y di a los pastores: Así ha dicho Jehová el Señor: ¡Ay de los pastores de Israel, que se apacientan a sí mismos! ¿No apacientan los pastores a los rebaños?” Dios condena a los pastores de Israel por apacentarse a sí mismos, en lugar de apacentar al rebaño. En otras palabras, olvidaron que su función básica era cuidar del rebaño y en lugar de ello los utilizaban por razones egoístas. Tristemente, es no es poco común en la actualidad. Con mucha frecuencia algunos pastores miran sus congregaciones como una fuente de ingreso, poder, posición, etc. En efecto (si no es que por decisión) algunas veces se considera a la congregación como un medio para alimentar el ego del pastor y su sentido de auto-importancia. Hay algunos pastores que entran al ministerio porque AMAN estudiar las Escrituras y a los grandes teólogos. Pero el peligro aquí es que el ministro puede llegar a ser una fuente de auto-mejoramiento y enriquecimiento para el pastor, pero tiene poco que ver con atender las necesidades reales del rebaño.

Luego están aquellos pastores que gobiernan con vara de hierro porque quieren los beneficios, el respeto, de ser pastor, pero que no están realmente interesados en hacer la obra pastoral. Dios dice en el versículo cuatro “sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia.” Tales hombres pueden ser hábiles oradores, pero esencialmente su “ministerio” tiene que ver más con estar a cargo, con ser el “gran jefe” en lugar de servir a su gente. Tales pastores no pueden manejar los desacuerdos, las diferencias de opinión o cualquier cosa que pudiera amenazar su poder o posición. Tienen que estar en lo correcto, en todas las ocasiones, en cada cosa pequeña. ¡Y mejor que el rebaño se alinee o se atenga a las consecuencias!

Conozco personalmente cierto número de iglesias con pastores que insisten en un salario literal de doble honor. De acuerdo, muchos, muchos pastores son mal pagados, pero también andan lobos por allí que saquean al rebaño con demandas totalmente irrazonables. Los diáconos reparan sus casas, cortan su césped, lavan sus carros, y se les dice que debiesen estar agradecidos por la oportunidad de servirle al hombre “grande.” Hay iglesias Reformadas donde las viudas y los huérfanos son desatendidos para que el pastor pueda recibir el salario doble con relación a la persona promedio en la iglesia. Hay hombres tan “importantes” que, cuando viajan, la iglesia DEBE pagar los boletos aéreos de primera clase y el alojamiento en los hoteles de cuatro estrellas. Hay iglesias Reformadas donde sucede un financiamiento inadecuado para la obra de dominio, los misioneros, la plantación de iglesias, las escuelas Cristianas, los ministerios de caridad, etc., porque todo el dinero está comprometido en el paquete de compensación para el pastor.

Claro, hoy en los Estados Unidos, probablemente hay diez iglesias que pagan mal a sus pastores por cada iglesia que está siendo abusada por uno. Pero el principio permanece, ya sea financiero, emocional o psicológico; demasiados pastores despluman al rebaño en lugar de alimentarlo. En cierta medida estos abusos no son inesperados. Se necesita un cierto tipo de hombre con una cierta clase de confianza para estar al frente de una congregación semana a semana, enseñando, exhortando, amonestando y dirigiendo al rebaño. Muchas iglesias sí respetan y buscan el mejoramiento de su pastor. Para este individuo seguro de sí mismo es un proceso simple deslizarse hacia la arrogancia sin ni siquiera saberlo. (Esa es la razón por la cual un buen pastor DEBE tener buenos ancianos para mantener su sentido de proporción.) Y en este mundo pecaminoso, siempre habrá hombres que entrarán al ministerio porque ansían el poder que les otorga el ser pastor.

Por lo tanto, debemos luchar contra esta tentación. Ciertamente no toda, pero una buena cantidad de frustración que muchos pastores tienen para con sus iglesias, bien puede ser causada por una visión inflada de su propia importancia. Llegan a desilusionarse, se desaniman y se abaten porque quieren ser el centro de atención, la novia en cada matrimonio, el cadáver en cada funeral. El mundo debe girar alrededor de ellos y sus deseos. Y cuando la realidad, de manera obligatoria entra a sus conciencias, con frecuencia se hartan, empacan y se van.

¡Pero Dios dice aquí claramente que los pastores trabajan para Él! Su labor es cuidar de SUS ovejas. Efesios 4:11ss aclara que la principal tarea del pastor es equipar al RESTO de los santos para SU obra de servicio. El pastor no es, y nunca se supuso que así fuera, el centro de la iglesia. Por lo tanto, se supone que su ministerio de predicación, enseñanza, consejería y administración de disciplina están orientados hacia los OTROS.

Tristemente, muchos pastores alimentan a las ovejas con comida chatarra espiritual y dejan morir de hambre al rebaño. Su predicación y enseñanza tiene, como su orientación básica, hacer que la gente se sienta “feliz” o “bien” con respecto a ellos mismos en lugar de desafiarlos a llegar a ser lo que Dios quiere que sean. De modo que el rebaño, en lugar de crecer en gracia, sabiduría y santidad, se vuelve débil y enfermizo porque se ve privado del alimento espiritual que necesita.

Piense en esto, sugeriría que una de las fallas más básicas de la predicación Reformada en la actualidad es la falta de aplicación práctica. Nosotros, los de tipo Reformado, somos con frecuencia brillantes con respecto a las consideraciones teóricas; oh, podemos ser bien cerebrales con las mejores de ellas. Pero, ¿con cuánta frecuencia ha salido de un sermón intelectualmente estimulante para luego preguntarse, “pero, cómo aplico esto a mi vida?” Tristemente, son tantos los Cristianos grandiosos que han sido sometidos al hambre por tanto tiempo que ya ni siquiera notan las punzadas del hambre. Ni siquiera se dan cuenta que son espiritualmente esqueléticos. Como aquellos pobres niños en África que sufren de desnutrición severa, el edema hincha sus vientres, dándoles la apariencia de tener el estómago lleno, cuando en realidad están muertos de hambre.

Un pastor piadoso entenderá que la verdadera grandeza viene de SERVIR al pueblo de Dios, no de ser servido por ellos (cf. Marcos 10:45). Les sirve enseñándoles la verdad, ¡independientemente de si algunas veces quieren oírla o no! Luego les enseña cómo aplicar esa verdad para que sus vidas personales, sus familias, su trabajo, sus relaciones, sus ministerios, puedan todos ser transformados por el poder del Espíritu Santo. Un pastor piadoso le sirve a su rebaño esforzándose para facilitarles a sus vidas la santidad y la piedad. Uno podría decir que la prueba de fuego del ministerio de un pastor NO es qué tan grande es su congregación, o cuán bonito es el edificio, (y ciertamente no el tamaño de su paga.) En lugar de eso, es si el pueblo de Dios está creciendo en justicia, santidad, gracia y paz.

Lo que nos trae al siguiente aspecto del fracaso del pastor que Dios reprocha en Ezequiel 34. Dios dice, “No fortalecisteis las débiles, ni curasteis la enferma; no vendasteis la perniquebrada, no volvisteis al redil la descarriada, ni buscasteis la perdida, sino que os habéis enseñoreado de ellas con dureza y con violencia.”

El pastor hace más que sólo alimentar a las ovejas, se espera que también cuide de ellas. Suceden accidentes. Algunas veces las ovejas van donde no debieran ir. Comen cosas que no debieran comer. Resbalan por las salientes, se rompen las piernas, o se les infectan las heridas. Algunas veces se extravían y se pierden. Se espera que el pastor esté interesado en cubrir esas heridas, sanar sus enfermedades y devolver la perdida al rebaño. Tan importante como es el ministerio de predicación y enseñanza del pastor, no es la ÚNICA cosa que está llamado a hacer. Un pastor piadoso debe estar interesado en lo que hoy llamamos el “cuidado pastoral.” Debe conocer a sus ovejas como individuos, y ministrarles como individuos. Debe estar dispuesto a involucrarse con los detalles de sus vidas y ayudarles a atravesar los tiempos difíciles.

Sí, eso quiere decir la tradicional visita de hospital cuando un miembro de la congregación está enfermo. Pero esto no es sólo una formalidad vacía, sino más bien una obligación y privilegio para darles consuelo y aliento. Sí, quiere decir visitar a la gente en sus hogares, pero no solo como un ritual pastoral, sino como un medio para conocerles para que pueda ser parte de sus vidas y ministrar a sus necesidades. Este tipo de ministerio significa conocer a la gente, reír con ellos, llorar con ellos, aconsejarles en los momentos difíciles, reprenderlos cuando sea necesario, tenerles como responsables por sus pecados. En otras palabras, CUIDAR de ellos y sus necesidades.

Obviamente, en una iglesia con no más de unas pocas familias, ningún pastor puede en verdad ministrar a cada miembro en particular del rebaño. Su tiempo, energías y habilidades están limitados. Pero esa es la razón por la cual Dios nos da una pluralidad de ancianos. TODOS los ancianos, sí, especialmente los ancianos gobernantes, comparten este interés pastoral. Un pastor sabio y piadoso pondrá en lo más alto de sus prioridades el encontrar, reclutar y entrenar a una multitud de otros pastores que le ayuden en esta tarea. Pues CADA oveja es preciosa para Dios y CADA oveja necesita cuidado, consejo e interés.

Pero un pastor más interesado en su carrera que en su llamado invariablemente dejará que las heridas se infesten o que los enfermos queden sin ser tratados. Después de todo él es un hombre importante y tratar al espiritualmente enfermo es un asunto delicado. ¿Cuánto más fácil es pensar grandes pensamientos en la seguridad de su oficina y luego pontificar el domingo en la mañana en lugar de involucrarse realmente con las necesidades cotidianas del rebaño? Algunas veces, el mejor de nosotros, que comparte un interés genuino por el pueblo de Dios, resulta no ser tan sabio, y somos vencidos por la gran cantidad de trabajo que debe hacerse. En este caso, estamos en peligro ya sea de caer en un colapso nervioso (sí, yo sé, esto es psico bla bla, pero es una descripción adecuada) o endurecernos ante el llanto de las ovejas.

Uno de los aspectos cruciales que Dios menciona aquí es el de traer de vuelta a la oveja perdida. Jesús incluso habló una palabra específica sobre la importancia de buscar la oveja perdida. Hoy demasiados de nosotros simplemente estamos contentos de que los problemáticos anda vagando por allí, ¡convirtiéndose en el problema de alguien más! Probablemente uno mismo tenga que ser un pastor para apreciar esto; pero el pastor promedio recibe una increíble cantidad de dolor de parte de algunas personas. Critican, se quejan, encuentran faltas, y someten al pastor al escrutinio más espantoso de los detalles más mínimos de su ministerio y vida personal. Y los pastores son personas. A nadie le gusta que los demás estén constantemente “encima” de uno. Cuando tales ovejas finalmente llegan al límite de su descontento, abandonan el rebaño, y es bastante entendible que un pastor diga, “¡buen viaje!”

Pero si ES un miembro de su rebaño, entonces usted tiene una obligación pactal para con él. Ellos son SU responsabilidad, no importa cuán problemáticos sean. Tiene que AMARLOS MÁS que a su propia comodidad o conveniencia. Y eso significa que tiene que salir a buscarlos. Debe tratar de encontrarlos y restaurarlos. Tiene que tratar y traerlos de vuelta, aún si sabe que es probable que vuelvan a divagar otra vez. Lo admitimos, algunas ovejas en realidad son cabras disfrazadas y no importa lo que haga los va a perder. Pero recuerde aquella sección en el Salmo 23 que dice “Tu vara y tu cayado me infundirán aliento…” ¿De qué estaba hablando David allí? El cayado es fácil, era un instrumento para guiar a las ovejas. El largo cayado (que algunas veces terminaba en un extremo curvo) se usaba para empujar suavemente a las ovejas en una dirección, aunque también para tirar de ellas para alejarlas de situaciones peligrosas. Pero la vara es un poco diferente. Parece que la vara se usaba para romperles las piernas a ciertas ovejas que tenían el hábito de extraviarse del rebaño. Una oveja sin pastor es simplemente un bocado en cuatro patas. Al romperle las piernas a una oveja recalcitrante el pastor básicamente la estaba protegiendo para que no se perdiera, para que no resulte herida o devorada. Entonces el pastor vendaría la pierna rota y llevaría a la oveja alrededor de su cuello hasta que la pierna sanara.

Como resultado la oveja llegaba a asociar el olor del pastor con su cuidado e interés. Las ovejas cuyas piernas habían sido rotas de manera deliberada, llegan a ser los animales más leales, sin desear apartarse jamás del lado del pastor. En la iglesia, la vara que usamos es la disciplina eclesiástica. Al ejercer disciplina en contra de un miembro recalcitrante, estamos en efecto “quebrando” su rebelión (cf. 1 Tim. 1:20; 1 Cor. 11:32, etc.). Pero, tristemente, la disciplina eclesiástica raras veces se aplica hoy, y aún cuando se hace, usualmente es el resultado de la ira y la frustración por parte de los ancianos, en lugar de ser una herramienta para traer a alguien a un genuino arrepentimiento. Como resultado, cuando alguien ES disciplinado, generalmente es el último acto antes de perderlo. Los ancianos no están tristes, simplemente están hartos.

En primer lugar, con frecuencia la razón es que no hemos AMADO lo suficiente a la oveja recalcitrante. No nos tomamos el tiempo para involucrarnos en su vida, para familiarizarnos lo suficiente con sus problemas, para preocuparnos lo suficiente por su alma para proveer en realidad lo que necesitaba. De modo que, cuando hace algo estúpido y pecaminoso, la disciplina se usa como medio para liberarse de la persona problemática, enlugar de ser un medio para restaurarle al rebaño.

Si vamos a escapar de la condenación de Dios hacia los pastores impíos, entonces debemos hacer las cosas de diferente manera. Debemos involucrarnos en las vidas de nuestro rebaño. Debemos conocer sus pruebas y desconciertos. Debemos ser capaces de corregir, reprender y exhortar con un espíritu humilde (2 Tim. 2:24-26). Debemos crear una atmósfera donde el orgullo humano no se convierta en un estorbo para la transformación de nuestro carácter (1 Ped. 5:5-6). Este es uno de los peligros reales, especialmente de las iglesias Presbiterianas de la clase media alta y bien educada. Generalmente nos va de maravilla en lo doctrinal (con ciertas excepciones notables y tristes). Pero no nos va bien en lo relacional. Demasiadas iglesias Reformadas están llenas de gente con conocimiento, pero que carecen de intimidad, vulnerabilidad y compasión. Con frecuencia somos orgullosos,no nos gusta reconocer los errores o confesar nuestros pecados los unos a los otros.

Tristemente, a menudo realmente ni siquiera confiamos los unos en los otros lo suficiente como para ser vulnerables los unos con los otros (y aún peor, tenemos miedo de que si SOMOS vulnerables, ¡la gente usará eso en nuestra contra!). Y como consecuencia, nos conformamos con un compañerismo Cristiano estrecho y superficial en el que no podemos realmente compartir nuestros corazones, cargas, pruebas y tentaciones. Entonces se hace muy fácil para ciertas personas entrar y salir una y otra vez, sin que sus necesidades reales sean abordadas jamás. Por supuesto, les dimos doctrina buena y sana. Sí, tuvimos algunos tiempos maravillosos juntos, pero en realidad no le ayudamos a esa persona a cambiar a la imagen de Cristo (Rom. 8:29).

Tristemente, en demasiadas iglesias Reformadas no nos atrevemos a derribar nuestras barreras. Somos bien educados, exitosos en nuestro llamado, articulados en nuestra doctrina, pero nuestro orgullo impide que la gente pueda involucrarse con nosotros, no vaya a ser que descubran que no somos perfectos. Y como resultado, las heridas se quedan sin ser atendidas, nuestras vidas en realidad no cambian y nuestra santificación no se desarrolla realmente.

Nuestro mayor desafío para los Cristianos Reformados es aprender cómo decir, “Me equivoqué, por favor, perdóname.” Me sorprende que en mi círculo de pastores Reformados, maestros y líderes, muy pocas veces haya escuchado a mis hermanos admitir que estaban equivocados. Esas simples palabras son tan difíciles porque hemos alentado a nuestra gente a sentirse orgullosos de su precisión doctrinal, pero descuidamos enseñarlescomo amarse los unos a los otros en espíritu y verdad (cf. 1 Cor. 8:1ss). Hay una razón por la cual los Calvinistas son bien conocidos como los “Elegidos Congelados.” Con frecuencia hemos preferido lo académico y el intelecto por encima del amor cuando debiésemos haber tenido ambas cosas. Y los pastores en sí son principalmente responsables porque eso es lo que NOSOTROS le enseñamos a nuestra gente y lo que modelamos delante de ellos como la vida Cristiana “normal.”

Nosotros los Presbiterianos en particular queremos que nuestros pastores sean rigurosamente entrenados en los idiomas originales y la teología. Queremos que sean articulados y que su predicación sea bien razonada. Pero con mucha frecuencia no les hemos requerido que sepan como amar o como mostrar compasión, misericordia y amabilidad. No los hemos alentado a compartir sus corazones con su gente porque tememos y desconfiamos de las muestras emocionales abiertas.

Piense conmigo, ¿cuándo fue la última vez que usted o su pastor lloraron mientras se predicaban las glorias de nuestro majestuoso Dios, las maravillas de Su salvación misericordiosa y las maravillas de Su plan para nosotros? ¿Acaso el mismo pensamiento de tal cosa le hacen sentir incómodo? Una vez miré como un candidato era sujeto del más increíble escrutinio por parte del Presbiterio simplemente porque expresó un deseo ferviente de predicar el evangelio. No fue su llamado o sus calificaciones las que fueron cuestionadas, simplemente que había compartido su pasión por la predicación (¡y esto después que otros dos candidatos admitieron que querían ir al seminario simplemente porque no sabían qué más hacer!). Como puede ver, a nosotros los Presbiterianos no se nos permite sentir; de alguna forma esto se halla debajo de nosotros.

Hay que admitirlo, el exceso emocional no es ninguna virtud; y el fervor emocional sin verdad es simple sentimentalismo vacío. Pero, ciertamente, un pastor debiese AMAR a su rebaño y sentir algo por ellos. Por supuesto que debe deleitarse en su progreso incluso si resulta herido por sus transgresiones.

Quizá sea un sentimentalista sin esperanza, pero hay algo especial que sucede dentro de mí cuando le sirvo la comunión a mi gente. Mientras camino por el pasillo central, un contacto aquí, una sonrisa por allá, una mano extendiéndose a la mía mientras paso el plato de la comunión y mis ojos se llenan de lágrimas ante el pensamiento de estas preciosas personas dándome a MÍ el honor de servirles. He abrazado a hombres ya maduros quienes sollozaban de manera incontrolable mientras Dios les traía a convicción y operaba en sus vidas. Me he reído a carcajadas mientras compartíamos nuestras victorias. Me he sentado en silencio sosteniendo la mano de una viuda mientras le decía su último adiós a un marido que había sido fiel por cincuenta años. Y no perdí mi dignidad, ni abandoné mi ortodoxia, sino que, en vez de eso, experimenté el amor del Espíritu Santo de Dios operando en mí, a través de mí y hacia mí.

Conclusiones

Claro que queda mucho más por decir (y más adelante, este mismo pasaje tiene algunas cosas realmente duras que decir con respecto a los pastores “gordos”) pero tome en consideración lo que estos tres simples versículos tienen que enseñarnos acerca de cómo ser el tipo de pastor que Dios demanda.

Primero, estamos allí para servir a Dios sirviendo a Su pueblo. El rebaño de Dios no ha sido puesto a nuestro cuidado para edificar nuestros egos, llenar nuestras carteras o impulsar nuestras carreras. ¿No será que muchos pastores se meten en tantos problemas con tantas iglesias simplemente porque quieren ser servidos en lugar de servir?

Segundo, nuestro llamado es más que solo brindar una exégesis intelectualmente satisfactoria y doctrinalmente correcta del texto. Somos llamados a vendar las heridas, a sanar a las ovejas enfermas y recuperar a las extraviadas. Esto significa conocer el rebaño, cuidar el rebaño y servir al rebaño. Por lo tanto, tenemos que conocer a las ovejas, y ser conocidos por ellas.

Finalmente, y sin excusa, esto también significa amar al pueblo de Dios. Él nos lo ha confiado a nuestro cuidado. Ellos no son una prueba que debe ser soportada, sino un pueblo que debe ser amado. No debemos temer involucrarnos en sus vidas, sino darle la bienvenida a este maravilloso privilegio que Dios nos ha concedido. Si los pastores quieren crecer y prosperar en su llamado, contar su labor como un gozo y no como una prueba, alcanzar el éxito en sus ministerios, entonces que aprendan como SERVIR al pueblo de Dios.


Traducción de Donald Herrera Terán, para www.contra-mundum.org
La tarea del pastor de Ezequiel 34:1-15 La tarea del pastor de Ezequiel 34:1-15 Revisado por el equipo de Nexo Cristiano on diciembre 27, 2017 Rating: 5
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